¿Qué hacemos con Instagram tras las nuevas decisiones de Zuckerberg para Meta?

Mark Zuckerberg ha anunciado el fin de la verificación de datos en Instagram y la permisividad del acoso contra personas LGTBIQ+ a las que se podrá llamar «enfermos mentales»… ¿Qué hacemos? ¿Nos vamos ya de esta red social?

Hace unos meses, muchos fuimos los que decidimos abandonar Twitter / X para instalarnos en Bluesky. El tiempo nos ha dado la razón no solo en nuestro acierto de apostar por un espacio virtual en el que (por ahora) abunda el buen rollo, sino en el triunfo de alejarnos de una red social que Elon Musk ya ni se esfuerza en disimular como dispositivo crucial a la hora de alimentar la maquinaria propagandística de la ultraderecha no solo en EEUU, sino en el mundo entero.

En los dos meses transcurridos desde aquella decisión, las caretas han caído en el panorama yanki y hemos visto cómo la industria tecnológica ha decidido ponerse del lado de Donald Trump con donaciones millonarias. A empresas como Amazon, Uber u Open AI se les han acabado sumando otros gigantes como Google y Microsoft en un movimiento que es mucho más que un servilista y cobarde beso en el anillo del nuevo amo para que les sea favorable (en su anterior mandato, ya quedó claro que ir contra el Presidente tuvo consecuencias directas y millonarias): es también una forma de asegurarse un puestecito en la cresta de la ola.

Hay una frase que siempre me ha fascinado desde pequeñito y que, pese a su incorrección política, no puedo dejar de recordar en los últimos días: «además de puta, apaleá». Porque eso es lo que seremos si nos quedamos en Instagram: además de enfermos mentales, apaleaos.

Ninguna de las grandes tecnológicas quiere ver cómo ella es la única que no se beneficia del tsunami de liberalismo económico creado por Trump y Musk, por mucho que sean conscientes de que este es un tsunami diseñado milimétricamente para llevarse por delante absolutamente todo: el estado del bienestar, el planeta y la democracia. Y, de paso, también la salud mental tanto de los que le votaron (que ya empiezan a preguntarse por qué su Presidente quiere invadir Groenlandia y Canadá en vez de intentar bajar el precio de los huevos) como de los que no lo hicieron. Allá van a pillar todos.

Pero lo más preocupante de este caso es que las políticas de allá pueden llegar a afectarnos aquí. Y, de hecho, ya han empezado a afectarnos en formas tan escandalosas como el apoyo a la ultraderecha alemana por parte de Elon Musk (y su maquinaria de trolls tuiteros) a la búsqueda de repetir en Europa el patrón con el que se ha conseguido el ascenso total de la ultraderecha en EEUU. O, sobre todo, también nos afecta en lo que motiva esta columna de opinión: las recientes decisiones anunciadas por Mark Zuckerberg y que conciernen a todos los productos bajo el paraguas de Meta.

Mark Zuckerberg
Mark Zuckerberg, ejemplo de masculinidad

Muchas han sido las noticias que, en las últimas semanas, han ido desplegando la nueva dirección que Mark Zuckerberg quiere para Meta. La primera de ellas, de hecho, motivó que muchos fueran los que exclamaran: «Este tío había estado demasiado calladito en los últimos tiempos…». Primero se filtraron sus reuniones con Trump tras la victoria electoral del candidato republicano y, a continuación, el creador de Facebook dejó caer un vídeo en el que declaraba que el nuevo rumbo de Meta pasa por eliminar el sistema de verificación independiente de terceros que, de hecho, se instauró como medida paliativa tras el escándalo de Cambridge Analytica.

Zuckerberg afirma que esto es un intento de «volver a nuestras raíces en torno a la libertad de expresión». Pero también anuncia la implantación de un nuevo modelo de moderación por parte de los propios usuarios que deja bien clara la voluntad de adaptar a Facebook, Instagram y Threads el sistema que tan bien les ha funcionado a Musk y Trump en X / Twitter. Una vez más, besar la mano del nuevo amo.

Una segunda noticia, sin embargo, vino a definir más todavía las nuevas intenciones de Zuckerberg al hacerse pública la supresión de los programas de diversidad, equidad e inclusión de Meta. Porque ¿para qué detenerse a la hora de dar altavoz a los discursos de odio de la ultraderecha cuando también puedes silenciar a todas las voces que estorban y que te pueden llevar la contraria?

La primera consecuencia de esta nueva política queda bien clara en este artículo de El Diario: los usuarios de Facebook, Instagram y Threads «podrán denominar a las personas gays o trans como “enfermos mentales”, “inmorales”, “anormales” o afirmar que no son hombres o mujeres “reales”. Las nuevas normas también permiten negar su propia existencia, asociándola a trastornos que se pueden tratar con terapias de conversión». Más motivos para el miedo: «Sí permitimos las acusaciones de enfermedad mental o anormalidad cuando se basan en el género o la orientación sexual, dado el discurso político y religioso sobre transexualidad y homosexualidad».

No contento con replegarse al bullying de la Adminisitración Trump hacia la comunidad LGTBIQ+, Mark Zuckerberg también se ha unido al culto a la masculinidad tóxica heteropatriarcal a sabiendas de que esta es precisamente una de las grandes claves a la hora de ganarse el favor de la nueva generación de frágiles hombres heterosexuales blancos. Ha empezado viniéndose arribísima y afirmando que a la mayoría de empresas les falta «energía masculina». Lo que hace pensar que, después de la comunidad LGTBIQ+, las siguientes en recibir van a ser las mujeres.

Porque, por si todavía no ha quedado claro, cada decisión anunciada es una nueva ficha de dominó que cae impulsada por la anterior y que empuja a la siguiente con tal de dejar el camino libre para ciertas políticas y discursos. Primero incentiva la retórica de la derecha, luego silencia a todos aquellos que le molestan (lo queer, lo woke, lo femenino… a saber qué será lo próximo) y, finalmente, deja claro que perteneces al clan del hombre heterosexual blanco. Ese hombre heterosexual blanco que lleva un par de años lloriqueando por una ficticia pérdida de privilegios pero que sigue teniendo el poder suficiente como para definir el futuro sociopolítico de la nación.

Concluyamos. Llegados a este punto, alguien puede preguntar: si Mark Zuckerberg había estado bien calladito en los últimos tiempos, ¿a qué viene este desbarre súbito? Y resulta que la respuesta a esta pregunta se encuentra en este artículo de El Salto: «El CEO de Facebook e Instagram pide al próximo presidente que intervenga para parar las multas de la Unión Europea a las tecnológicas de Silicon Valley». Porque, obviamente, tras besar el anillo del amo, hay que proceder a mendigar el favor del amo.

Instagram
Instagram siguiendo los pasos de X / Twitter

Entonces toca poner sobre la mesa la gran cuestión: ¿qué hacemos ahora con Instagram? Al fin y al cabo, Facebook hace siglos que no lo abro (nota mental: elimina tu cuenta de una puñetera vez, Raül) y marcharse de Threads va a ser sencillo porque hace poco que la empecé a utilizar y, en consecuencia, mi nivel de implicación con la red es de puro desapego. (Por no entrar en su uso descarado del algoritmo para favorecerte y engancharte, pura medida competitiva contra X que nadie duda que se dejará de aplicar en cuanto Meta tenga el negocio asegurado, devolviendo a los usuarios a la frustración de ver cómo sus publicaciones llegan tan solo al 5% de seguidores).

Pero Instagram es harina de otro costal. Instagram ha sido, durante muchísimo tiempo, mi red social de cabecera. El lugar en el que realmente interacciono de forma social (virtual) con muchísima gente con la que sé que voy a perder el contacto en el caso de que finalmente apueste por cerrar la paradeta y mandar a Meta a tomar por culo. Un espacio que, poco a poco, se ha ido politizando… Y, oye, eso podría estar bien, visto como anda el mundo. Sobre todo si sintieras que puedes controlar esa politización mediante ciertas herramientas y que la red se esfuerza por moderar los discursos políticos de ultraderecha y sus retóricas del insulto y el hate.

Pero algo empezó a cambiar en Instagram hace tiempo. Porque la formalización de los cambios mencionados en esta columna de opinión hace mucho que vienen fraguándose en la red de Meta con medidas como la que, el año pasado, implementaba una opción de silenciar discursos políticos que, misteriosamente, era mucho más efectiva a la hora de acallar cualquier tipo de contenido contestatario queer que de capar los desbarres de las Maria Josés y José Marías habituales. Más misteriosamente todavía, resultó ser una opción que automáticamente se activaba en tu cuenta y que tenías que desactivar si querías seguir viendo a tus creadores de contenido LGTBIQ+ preferidos.

De aquellos polvos, estos lodos. Y los que vendrán. Porque a este tipo de políticas es necesario sumar otras muchas en las que, poco a poco, el «contenido recomendado» de cuentas a las que no sigues se ha ido filtrando en Instagram de diferentes formas. Para ser exactos, lo ha hecho por una doble vía: la implantación de los reels como canal prioritario de Instagram y la apertura de una puerta que traiga los Threads hasta esta app.

Que cualquiera puede decir: «no me expongo a comentarios no deseados porque lo que más uso son los stories y ahí todo se mueve por DMs con otros usuarios de confianza». Pero no deberíamos ignorar que hace tiempo que Instagram está favoreciendo descaradamente los reels, donde el funcionamiento de los comentarios públicos es una jungla que puede recordar a Twitter / X. Y que, de repente, por lo menos en mi caso, lo primero que me sale siempre en el timeline es precisamente un reel recomendado de una cuenta que no sigo… ¿Cuánto tardará este reel recomendado en priorizar un discurso de odio? Cero coma. No lo dudo.

Luego está el tema de Threads. Si lo primero que me sale ahora en mi timeline es un reel recomendado, lo tercero o lo cuarto es un nuevo módulo con Threads recomendados de (again) cuentas que no sigo. Y no tengo pruebas pero tampoco dudas de que esas cuentas recomendadas van a ser afines a Trump, Elon Musk, Ayuso y Vox en tres, dos, ¡uno!

Así que ha llegado el momento de tomar una decisión. Y es una decisión que duele porque, tal y como me comentaba un amigo, «aquí está todo el mundo». Pero, ¿realmente podemos seguir justificando nuestra presencia en una red que directamente no nos quiere? ¿Un lugar que nos etiqueta como «enfermos mentales» y que continuamente va a escupirnos en la cara contenido contra nuestras creencias, nuestra moral, nuestras personas? ¿Un espacio virutal que quiere que entremos al trapo en una conversación en la que las cartas ya están echadas y trucadas para que nos toque una mano perdedora?

Lo siento, pero paso. Por ahora he dejado de publicar en Instagram y solo entro en la app una vez al día para chequear los DMs… Pero no descarto que, pronto, incluso deje de hacer eso y siga volcándome más y más en la única red social en la que me siento a gusto ahora mismo: Bluesky. Y es que hay una frase que siempre me ha fascinado desde pequeñito y que, pese a su incorrección política, no puedo dejar de recordar en los últimos días: «además de puta, apaleá». Porque eso es lo que seremos si nos quedamos en Instagram: además de enfermos mentales, apaleaos.

Sinceramente,

Raül De Tena

Sobre el autor

Raül De Tena

Al ponerme a escribir esta bio me he dado cuenta de que, así, a lo tonto y como quien no quiere la cosa, llevo más de veinte años escribiendo sobre temas relacionados con la música, la moda, el cine, la literatura, la cultura en general. Siempre he escrito muy sinceramente... Pero, ahora, más todavía.

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Raül De Tena

Al ponerme a escribir esta bio me he dado cuenta de que, así, a lo tonto y como quien no quiere la cosa, llevo más de veinte años escribiendo sobre temas relacionados con la música, la moda, el cine, la literatura, la cultura en general. Siempre he escrito muy sinceramente... Pero, ahora, más todavía.

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