«Raíces de Ginseng» es la vuelta de Craig Thompson a la primera línea del cómic internacional… Y lo que es mejor de todo: es un regreso sin necesidad de repetirse, sino abriéndose a algo nuevo como la no ficción con gancho personal.
En mi cabeza, el nombre de Craig Thompson está estrechamente ligado a aquel momento de principios del siglo 21 en el que dejamos de llamar «cómic» a una porción generosa del mundo de la viñeta para pasar a llamarla «novela gráfica». Junto a obras seminales como «Jimmy Corrigan» (Chris Ware), «Ghost World» (Daniel Clowes), «Black Hole» (Charles Burns), «Persépolis» (Marjane Satrapi), «Rubia de Verano» (Adrian Tomine) y «Píldoras Azules» (Fredrick Peeters), el «Blankets» de Thompson ayudó a definir el contorno de eso que llamamos novela gráfica y que (supuestamente, también absurdamente) era más «seria» y «adulta» que el cómic de toda la vida. Todo un sinsentido.
Lo que ocurre es que, tras el pelotazo del mencionado «Blankets», el autor publicó un «Habibi» que no fue precisamente bien recibido y que incluso fue acusado de apropiacionismo cultural. Un golpe que dejó realmente tocado a todos los niveles (laboral, personal, anímico) a un Craig Thompson que se ha repuesto con la publicación de «Raíces de Ginseng» (editado en nuestro país de la mano de Astiberri), una nueva novela gráfica de tamaño megalómano (¡448 páginas!) que recuerda a la obra que dio a conocer al autor… pero que a la vez se aleja de ella de forma urgente y necesaria.
Este doble movimiento define por completo un trabajo que nace en el momento en el que las manos de Thompson empiezan a agarrotarse y, al acudir a un especialista, este le aconseja probar el ginseng. Craig no puede evitar sentirse apelado por la jugarreta del karma que supone esta recomendación, ya que su degeneración en las manos puede estar causada por haberse pasado diez años de su infancia cultivando ginseng junto a sus padres y hermanos en el campo de Marathon (pueblito yanki que es el mayor exportador de ginseng de Estados Unidos). Diez años en los que estuvo expuesto a agentes químicos que, tantas décadas después, pueden estar contribuyendo al agarrotamiento de sus manos.
Este doble movimiento, de hecho, puede entenderse a través de dos escenas realmente cruciales en «Raíces de Ginseng». La primera de ellas ocurre casi al final del cómic, cuando Craig Thompson conduce su coche junto a la raíz de ginseng antropomorfa con ojazos de cartoon disneyano que le ha acompañado en todo su periplo. El autor le está explicando que «No quiero dibujar otra ‘autobiografía’. Este libro debería leerse como un ensayo, una obra de no ficción… Una colección de entrevistas semi-periodísticas… No quiero dibujarme a mí mismo. La raíz en sí será la protagonista». A lo que su compañera, todo desparpajo, responde: «Soy mucho más mona».
La segunda escena tiene lugar bastante antes, justo cuando Thompson recuerda las conversaciones con editores en las que intentó venderles la idea de su nuevo trabajo. A uno de ellos le explica sobre el ginseng: «Es una de las hierbas más importantes y potentes de la medicina china… El primer producto exportado en masa desde el Nuevo Mundo a China a partir de 1718… Quiero escribir sobre la brecha social en Estados Unidos… Cómo la agricultura corporativa ha sustituido a las granjas familiares… La curación basada en plantas… Incluso una curación holística para nuestra economía global. Además, trabajé en el cultivo del ginseng durante una DÉCADA cuando era niño, entre los 10 y los 20 años».
El editor ha asistido a este largo monólogo con expresión de desinterés. Pero, al llegar a este punto, exclama: «Vale. AHÍ tenemos algo… ¡La conexión personal!». Y así es como quedan definidos los dos grandes polos entre los que se mueve «Raíces de Ginseng»: la no ficción y el gancho personal.
La no ficción de «Raíces de Ginseng»

En el mencionado encuentro de Craig Thompson con su potencial editor ya ha quedado expuesto todo aquello que el autor pretende tratar y retratar en «Raíces de Ginseng» desde la no ficción: la brecha social en Estados Unidos, la destrucción de la agricultura familiar por parte de la agricultura corporativa, la curación basada en plantas, la terapia holística para la economía global…
Y, por megalómana que parezca su tentativa, el tipo consigue salir airoso de su desmesurada ambición de la mejor manera posible: manteniéndose al nivel del lector y evitando cualquier tipo de complejidad técnica. Meterte en el mundo del ginseng resulta francamente sencillo gracias a que Thompson se esfuerza en que la parte didáctica sea como quedar con ese amigo que todos tenemos, que está obsesionado con un tema en concreto y que, cada vez que te encuentras con él, te explica los últimos avances en su investigación.
En este caso en concreto, se añade un mimo extremo en lo visual que se inicia en las primeras páginas con una escena en la que Craig y su hermano despiertan en la cama de su infancia antes del amanecer (¡tan «Blankets»!) y se ponen a trabajar arrancando malas hierbas en la plantación de ginseng junto a su madre. El blanco y negro de las viñetas transmite pesadumbre, tedio, fastidio. Pero, en el momento en el que sale el sol, el color rojo despunta en la parte superior de una página doble… y, a partir de aquí, el autor jugará con el rojo (del ginseng) para añadir dinamismo y contraste, también poética y simbolismo, al blanco y negro.
En este primer capítulo, Craig Thompson establece las bases sobre las que construirá su «Raíces de Ginseng»: el autor parte de los recuerdos de infancia para contextualizar qué es el ginseng y cuál es su importancia en el comercio de EEUU a nivel mundial; y, a su vez, liga todo esto con un tiempo presente en el que expone los dolores degenerativos de sus manos. Todo está ligado. Ahí está la visión holística… Una visión que se va desarrollando en los siguientes capítulos con un pie puesto firmemente en la no ficción a la hora de ir de lo micro (su familia, su pueblo) a lo macro (su visita a Oriente a la búsqueda de los orígenes de la raíz).

En el segundo capítulo, Craig indaga más en la importancia del ginseng en su familia. Para los Thompson, este cultivo fue método de subsistencia, pero también una imposición vertical de los padres hacia los hijos que se sumaba a otra imposición más grande ya expuesta en «Blankets»: al fundamentalismo religioso que les privó de una infancia normal ahora hay que sumar un trabajo forzoso y forzado. Los niños, sin embargo, obtienen una retribución a cambio: dinero que invertir en unas aficciones (cómics, entre otras cosas) que abrirán más la brecha entre padres e hijos.
A partir del tercer episodio, «Raíces de Ginseng» aprovecha una feria del ginseng que se celebra en Marathon para marcarse varias entrevistas que repiten un patrón que va de lo micro (charlas con algunos vecinos que también «contrataron» a los niños Thompson y que resisten a duras penas en la labranza de la raíz) a lo macro (diálogos abiertos con los responsables de las dos grandes empresas agrícolas que han ido monopolizando este cultivo). Estas entrevistas no solo abordan cómo la agricultura corporativa está ahogando a la agricultura familiar y local, sino que incluso retratan la paradojal importancia de la inmigración en estas plantaciones.
A partir de aquí, y coincidiendo con sus visitas a una doctora de medicina occidental y a un acupuntor especializado en medicina china (curiosamente, la doctora es oriental y el acupuntor es occidental), Craig Thompson pone sobre la mesa una certeza: le falta la mitad del paisaje para retratar la cuestión del ginseng. Una vez desplegada la mirada sobre EEUU, es necesario hacer lo mismo sobre Oriente… Así que el autor aprovecha la invitación al festival «Artistas del mundo dibujan Pekín» para saltar el charco. Y, de paso, llevarse a su hermano Phil.
En China, «Raíces de Ginseng» se dedica a tender lazos entre Oriente y Occidente. Evitando las comparaciones y con una mirada limpia, Thompson intenta superar diferentes obstáculos (idioma, choque cultural) para escarbar todo lo profundo que puede en una realidad del ginseng oriental estrechamente ligada a leyendas y mitos. Pero, tras la expansión viene la contracción, y el autor vuelve junto a su familia en un último capítulo que lo liga todo, que une todos los puntos que parecían dispersos y acaba ofreciendo la mencionada visión holística no solo sobre la realidad del ginseng en el panorama mundial actual, sino también sobre él mismo. Ahí está el gancho personal.
El gancho personal de Craig Thompson

En «Raíces de Ginseng», Craig Thompson expone toda la información mencionada más arriba de forma ligera y, sobre todo, de forma poderosamente visual. Su objetivo nunca es simplemente explicarte las cosas, sino enseñártelas y hacerlo con una planificación de la viñeta, la página, el capítulo y el conjunto final que roza la filigrana barroca. La novela gráfica rebosa de simbología que va desde la simple línea roja (que nunca es solo una línea roja) hasta los caracteres chinos, pero también desde la raíz de ginseng antropomorfa (¡tan «Chunky Rice»!) hasta los diferentes personajes mitológicos orientales a ella ligados.
Todo está conectado en la visión de conjunto de Thompson, y así lo plasma en un cómic que es una gozada multicapas que nunca se queda en la superficie, sino que escarba y escarba y escarba con ahínco pero también con la delicadeza con la que hay que recolectar el ginseng. Esta superdotación para lo visual es una herramienta con la que Craig consigue que el lector conecte con un tema que podría ser un tostonazo si se quedara en la mera no ficción. La otra herramienta con la que consigue esto mismo es, como ya he dicho mil veces en este texto, el gancho personal.
Porque, cuando pregunta a sus vecinos sobre el pasado y presente de sus cultivos de ginseng, Thompson lo entrelaza con sus propios recuerdos de infancia para cuestionar la pertinencia del trabajo infantil. Cuando charla con los dueños de las grandes corporaciones, trenza no solo el fuerte sentimiento familiar sobre el que se han erigido, sino también su dependencia de la migración (como el mismo autor se sintió migrante y outsider).
La visita a China, más que trenzar, destrenza la complicada relación de Craig y su hermano Phil, que no está pasando precisamente por un buen momento en su vida. Y, por el camino, el autor tiene que enfrentarse con un buen puñado de demonios internos sobre el estado actual de su carrera, la disminución del interés generalizado por su obra y la casualidad de que la degeneración de sus manos le impida ponerse a trabajar en un trabajo que realmente no quiere hacer. Porque le seduce y la asusta a la vez.
Y es que, por mucho que el autor siempre intente huir de la tentación de convertir «Raíces de Ginseng» en una continuación directa de «Blankets», al final acaba siendo más o menos eso. Es esta una preciosa ampliación del campo de batalla que este cómic realiza sobre aquel otro, matizando datos, resginificando personas, actualizando el estado de la familia Thompson. Es este, además, un (más o menos inesperado) regreso de Craig Thompson a la primera línea del cómic internacional sin necesidad de repetir logros pasados, sino abriendo un innovador y estimulante espacio de futuro: la no ficción con gancho personal.
Sinceramente,
Raül De Tena