Hay quien pone en duda que “Alimentar a los Fantasmas” merezca el premio Pulitzer 2025 que acaba de recibir. Pero, ¿son justificadas estas dudas? Para responder a este pregunta, es necesario analizar la novela gráfica de Tessa Hulls.
Leer “Alimentar a los Fantasmas” de Tessa Hulls no es una experiencia fácil. Es esta una de esas novelas gráficas en las que cuesta avanzar, como si estuvieras abriéndote paso a machetazo limpio a través de una frondosa jungla en la que, por cada planta que cortas, crecen otras tres. Pero, como suele ocurrir en este tipo de experiencias tan exigentes, la recompensa o, mejor dicho, las recompensas que te son entregadas tanto durante la travesía como al final de la misma son tan inmensas que sientes que el esfuerzo vale la pena.
Salta a la vista que Tessa Hulls ha invertido años y años en la construcción de esta complejísima novela gráfica en la que se embarca en una aventura que no por poco novedosa resulta menos apasionante: el intento de explicar quién es desenterrando, limpiando y ordenando la maraña de raíces del pasado familiar. En su caso, esto implica un viaje ni más ni menos que a la China de la Revolución Cultural de Mao, desde la que saltará a la diáspora oriental en Estados Unidos y a la compleja situación sociocultural de los hijos de migrantes.
“Alimentar a los Fantasmas”, recientemente publicado por Reservoir Books en nuestro país, reúne en un mismo espacio a las mujeres de tres generaciones de una misma familia chino-estadounidense. Y lo hace no solo para que se miren unas en los espejos de las otras, sino sobre todo para que la autora pueda encontrar explicación a los múltiples traumas que moldearon su personalidad desde bien pequeña. Para ello, tendrá que encontrar explicación también a los múltiples traumas que moldearon la personalidad de su madre.
Y, precisamente porque estamos hablando de un cómic en el que es tan importante conocer el pasado que da forma a nuestro presente, las generaciones anteriores que han dejado su marca de fuego en el lomo de nuestra generación, resulta imprescindible abordar el cómic de Tessa Hulls empezando por aquellas que la precedieron. Aquellas cuya influencia puede sentirse poderosamente en “Alimentar a los Fantasmas”.
Las que preceden a Tessa Hulls

Hay ocasiones en las que la forma más esclarecedora de entender un cómic es precisamente trazando el camino que conduce hasta él. Y, en el caso del camino recorrido por Tessa Hulls, está claro que estamos hablando precisamente de una senda especialmente transitada en la literatura de las últimas décadas por autoras tanto internacionales (Vivian Gornick, Angelika Schrobsdorff…) como nacionales (Milena Busquets…). Pero lo más interesante es que estamos hablando de una senda especialmente transitada en el mundo del cómic.
Al fin y al cabo, el mundo del cómic ha sido uno de los caldos de cultivo más fructíferos para la auto-ficción. Y, a ese respecto, es inevitable tender lazos entre “Alimentar a los Fantasmas” y absolutamente todas las obras de Alison Bechdel, una autora que ha hecho carrera desbrozando su árbol genealógico y sobreanalizándolo utilizando la viñeta como escalpelo de disección culterana. Si es que, después de triunfar con un “Fun Home” en el que abordaba la figura de su padre, Bechdel incluso subió un peldaño más en el mundo del arte con su imprescindible “¿Eres Mi Madre?” (cuyo título habla por sí solo). Los paralelismos son mucho más que evidentes.
Imposible no pensar también en Marjane Satrapi y su seminal “Persépolis”. Hulls parece heredar directamente de esta obra las herramientas narrativas necesarias para retratar con precisión la instauración de un régimen autoritario y despiadado (la revolución islámica de Teherán en “Persépolis”, la Revolución Cultural de Mao en “Alimentar a los Fantasmas”). Y también cómo este cambio afecta a los ciudadanos que oponen un mínimo de resistencia contra el nuevo régimen.
He de reconocer, además, que leyendo a Tessa Hulls no he podido evitar pensar en otros dos hombres del mundo del cómic. Por un lado, el Craig Thompson de su reciente “Raíces de Jengibre“. Ambos acaban de publicar obras colosales que demandan un esfuerzo titánico en el lector y que, de hecho, recorren senderos similares a la hora de intentar explicar sus males del presente a través del trenzado de su pasado familiar con la diáspora china. Y lo hacen creando universos gráficos magnéticos y fascinantes repletos de una simbología desbordante.
Por último, resulta inevitable pensar también en el David B. de “Epiléptico: La Ascensión del Gran Mal”, novela gráfica en la que retrata cómo la epilepsia de su hermano había afectado profundamente a toda su familia. Como Tessa Hulls, David B. convierte sus páginas en una experiencia opresiva en la que el negro prima sobre el blanco y acaba engullendo al lector de la misma forma que las enfermedades de sus familiares engullen a estos mismos.
Un cuarteto de ases que obliga a preguntar: pero, entonces, ¿está “Alimentar a los Fantasmas” al nivel de sus referencias?
La complejidad de “Alimentar a los Fantasmas”

Una cosa está clara: los árboles de las referencias nunca deben impedirte contemplar el bosque de los logros de una obra. Y, en el caso de “Alimentar a los Fantasmas“, hay que reconocer que los logros de Tessa Hulls son grandes. Casi apabullantes. Sobre todo porque, desde un buen principio, la autora expone las grandes líneas que seguirá su novela gráfica y lo hace de forma tan sintética y expeditiva como sigue…
“Me llamo Tessa Hulls. También me llamo He Renxin, pero me he sentido demasiado blanca para reivindicar ese nombre. Crecí en un hogar asfixiado por fantasmas. Mi abuela Sun Yi era el centro de una oscuridad que se sentía, pero que nunca se nombraba. Mi familia se estructuró en los contornos de este espacio en negativo. Mi abuela vivía con nosotras, pero de pequeña yo solo sabía tres cosas de ella. Uno: que era china. Dos: que había sido periodista y autora de unas memorias superventas. Tres: que, mucho tiempo atrás, le pasó algo y perdió la cabeza.”
Y sigue: “El cuerpo de mi abuela escapó de China, pero su mente no. Durante toda su vida adulta, fue poco más que el cascarón que contenía sus fantasmas. Mi madre aprendió a hacer crecer la vida alrededor de sus heridas. Pero, bajo la superficie, sus fantasmas bullían en las simas que se abrían en sus entrañas. Sobrevivimos al trauma negando que ha sucedido. Ni mi madre ni su madre eran capaces de ver los fantasmas que las rodeaban, pero yo los percibía con claridad. Quizá sea eso lo que significa ser hija de inmigrantes… Estar obligada a presenciarlo todo siendo la primera generación alejada del dolor. Ser capaz de observar lo profundo que es”.
Y más todavía: “El libro que tienes en las manos es un registro de este viaje de casi una década. Cuenta mi historia de la única forma que puede contarse: como parte de una trinidad entrelazada en la que mi madre, mi abuela y yo nos fundimos en un telón de fondo con la historia de China y de la diáspora. Empieza con una pregunta muy íntima: ¿qué destrozó a mi familia? Esta pregunta me llevó a ser consciente de cómo el tiempo hace añicos muchos vínculos. De cómo la mente destrozada de mi abuela era el reflejo de lo fracturado que estaba su país y de cómo nuestros tres corazones rotos sangraban por la misma costura”.
Todo esto lo dice la misma Tessa Hulls en el primero de los capítulos de “Alimentar a los Fantasmas”. Y, a partir de ahí, la novela gráfica se divide en algo así como dos mitades de tamaño monumental. La primera mitad intenta encontrar la objetividad en unos hechos que le han sido dados desde la subjetividad: partiendo de lo poco que sabe de la vida de su abuela Sun Yi, la autora se embarca en un apasionante proceso de investigación que expone con claridad aterradora los múltiples horrores que envolvieron la llegada de Mao al poder en China… y todo lo que vino después.

Resulta francamente descorazonador conocer, además, el impacto de esa política maoista sobre un personaje como Sun Yi. Pero eso hace más fácil todavía entender cuál es la fuente de la que brotan los fantasmas que van a acompañar a la familia de Tessa Hulls durante tres generaciones. Unos fantasmas que campan a sus anchas en una segunda mitad de este cómic que se centra mayormente en la relación de la autora con su madre. O, mejor dicho, con sus madres, ya que desde el principio queda claro que lo que más aterraba a Tessa de pequeña era la existencia de la Gemela Fantasma de su madre: una especie de personalidad múltiple que brotaba en circunstancias concretas.
Esta segunda mitad de “Alimentar a los Fantasmas”, incapaz de buscar la objetividad en la subjetividad ya que se centra en una problemática que solo existe de forma subjetiva, lo que intenta es más bien encontrar explicación, orden, justificación y, en última instancia, sanación. Hulls quiere comprender a su madre para aliviar y regenerar el vínculo que la une con ella y que está especialmente dañado por culpa de una Gemela Fantasma que, sin querer, hizo que Tessa se convirtiera en la antítesis a la buena niña china que su madre pretendía criar: el Bandido Yanki que se rige por la Ley de la Frontera, individualista, solitario y, por encima de todo, libre.
Alejándose de los hechos históricos que imperan en la primera mitad del cómic, Hulls va bordando un apasionante pero esquizoide quilt familiar que es una verdadera obra de patchwork mental. Y, si el tramo de Sun Yi apasiona por lo que tiene de documental, esta segunda mitad destaca como retrato de la dificultosa realidad de los hijos de migrantes. Una apasionante radiografía del dolor implícito en el tira y afloja que todos los padres han de vivir para dejar ir a sus hijos, pero llevado hasta el extremo de una familia chino-estadounidense con una madre en constante estado de hipervigilancia por culpa de la abuela demente.
En el último capítulo, sin embargo, Hulls vuelve a hacer como en al principio y clarifica todo lo que hemos leído: “Tuve una visión. Vi a mi abuela rodeada de fantasmas que, con sus colmillos, le sorbían las venas. Estaban famélicos y Sun Yi no podía ofrecerles nada de comer, salvo a sí misma. Para Sun Yi, alimentar a los fantasmas significaba dejar que la devorasen. La vi abriéndole la piel a mi madre para enseñarle a hacer lo mismo. Y mi madre trató de pasarme este legado… Pero a mí me habían regalado una vida que me permitía acceder a otros sueños”.
Y, como yo sería incapaz de poner un punto y final mejor que el de la propia autora de “Alimentar a los Fantasmas”, cierro recurriendo a sus propias palabras: “Todos estos años de perseguir a los fantasmas de mi familia me enseñaron que sabíamos muy poco sobre su hambre. Nunca quisieron devorarnos: solo querían que se los reconociese, que se escuchase su historia. Pero estábamos demasiado heridos para prestarles atención. Así que, en su dolor, se alimentaban de lo que podían. Su poder era tan terrible que nuestros fantasmas no podían escapar de las tinieblas. Así que necesitaban de alguien que les prestase la voz y las manos para contar su historia”.
Todo queda perfectamente explicado y cerrado. Y supongo que, llegados a este punto del artículo, estarás esperando que responda a la pregunta del titular… Pero, honestamente, ¿no te parece que todo lo escrito hasta este momento es la mejor respuesta posible?
Sinceramente,
Raül De Tena