2 claves para entender “The Mastermind” de Kelly Reichardt

Algunos han querido ver en “The Mastermind” un homenaje al cine heist de los 70… Cuando en verdad es todo lo contrario. Aquí van dos claves para entender por qué Kelly Reichardt dinamita precisamente aquel cine tan macho.

Había abandonado por completo la idea de escribir sobre “The Mastermind”. Y no precisamente porque no me apasionara cuando la vi hace algo más de un mes, ni mucho menos, sino simple y llanamente porque pensaba que el interés que había levantado esta película de Kelly Reichardt había sido más bien escaso. En los últimos días, sin embargo, he visto cómo este film lucía bien alto en muchas de las listas de las mejores películas del año 2025 que ya se están publicando por ahí… y entonces me he dicho: ¿por qué no hacer un poco de justicia a este peliculón que revoluciona el heist setentero pero que revoluciona más todavía la mirada de la propia realizadora?

Porque en su momento ya me pareció que, leyera la crítica que leyera, acudiera al medio que acudiera, no se acababa de hacer justicia al verdadero motivo por el que esta cinta supone una pequeña gran revolución dentro de la filmografía de la propia Reichardt. Al fin y al cabo, mucho se ha hablado de su revisión del cine yanki de atracos de los años 70, pero lo habitual ha sido sopesar el film en relación a esta referencia y no en relación al propio cine de la directora. Y ahí, a mi entender, es donde está el verdadero interés de todo este tinglado.

Porque, de alguna forma u otra, en “The Mastermind” no hay nada nuevo. Aquí están las dificultades de habitar un sistema capitalista que expulsa a los inadaptados, algo ya presente tanto en “Wendy y Lucy” (2008) como en “First Cow” (2019). También consta la exploración de masculinidades fuera de la norma que ya se vieron en “Old Joy” (2006) y (de nuevo) “First Cow”, e incluso la subversión y desmantelación de lo masculino desde la mirada femenina que es el centro de “Meek’s Cutoff” (2010).

Pero, entonces, si todo esto ya lo ha explorado Kelly Reichardt en obras maestras como las mencionadas, ¿a qué viene mi pasión con “The Mastermind”? A algo muy sencillo: lo nuevo aquí no es el qué (los temas), sino el cómo (la mirada). Mientras que en sus films anteriores contemplaba a sus personajes desde la empatía infinita y el humanismo cálido, aquí la realizadora observa a JB Mooney con una mirada irónica e incluso incisiva. Con ganas de apretarle las tuercas tanto a cierta idea de masculinidad como a cierto cine que sirvió de pura propaganda de esa misma masculinidad.

Pero, un momento… ¿Estoy siendo demasiado vago en mis aseveraciones? Supongo que sí. Por eso será mejor entrar en profundidad en las dos claves (la expulsión del capitalismo y las masculinidades fuera de la norma) que creo que son imprescindibles para entender “The Mastermind” en toda su potencia. Que es gigante. Y bien gozona.

Kelly Reichardt The Mastermind Josh O’Connor robo arte 1970

El cine de Kelly Reichardt ha tratado con especial mimo a los inadaptados que luchan por sobrevivir en los entresijos del despotismo tardocapitalista mientras hacen malabarismos para no perder su dignidad. La protagonista de “Wendy y Lucy” recorre unos Estados Unidos empobrecidos contando constantemente el dinero que tiene en el bolsillo, rozando lo homeless. Los dos amigos que protagonizan “First Cow”, por su parte, intentan construir su nido en las escasas rendijas que deja un capitalismo fundacional yanki que, en última instancia, siempre juega con las cartas a su favor.

Pero el JB Mooney de “The Mastermind” es diferente. Es, de hecho, un personaje inédito en la filmografía de Reichardt. A principios de los años 70, en un Massachusetts convulsionado por la Guerra de Vietnam y el caso Watergate, Mooney es un hombre blanco de clase media-alta que organiza el robo de un conjunto de obras de Arthur G. Dove expuestas en el imaginario Framingham Museum of Art. Este lugar no es otra cosa que una versión ficcionada del Worcester Art Museum, ya que la directora se inspiró directamente en un robo real ocurrido en este museo en el año 1972.

JB Mooney (Josh O’Connor) es un carpintero en paro, pero sobre todo es un ensimismado hombre-niño de familia adinerada que desprecia a aquellos que prosperan trabajando honradamente dentro del sistema capitalista (su hermano, por ejemplo). Su inexistente consciencia de clase va pareja al escaso valor que le otorga al trabajo como actividad que le resulta francamente indigna. Así que intenta dar un pelotazo montando un robo cochambroso destinado a salir mal.

Un robo (y una peli) que, eso sí, Reichardt filma portentosamente con un delicioso grano y textura que emula los 16 mm, una paleta cromática setentera de colores atenuados, una deliciosa atención a la arquitectura (con especial gusto por las geometrías extrañas sin perder el punto de vista humano) y una banda sonora a cargo de Rob Mazurek que es una delicia aplicada no en diálogo con la película, sino en choque frontal. Toda una propuesta formal que no se queda en el fetichismo nostálgico, sino que juega a la justicia histórica al insertar el clima político en un cine de atracos que prefirió ignorar este tipo de cuestiones.

Kelly Reichardt The Mastermind Josh O’Connor robo arte 1970

Es curioso que, hacia el final de la peli, cuando JB se está quedando sin opciones, intente obtener redención por parte de su mujer en una llamada telefónica en la que afirma haber montado el robo por ella y sus hijos… y, bueno, por él también. “Lo he hecho tres cuartas partes por vosotros”, le dice. Y aquí está la gran clave con la que la directora aborda el capitalismo en “The Mastermind”: el individualismo como encarnación del capitalismo y como opuesto al humanismo.

Mooney es un protagonista ombliguista del que nunca conocemos nada más que sus (muy bressonianos) actos. Pero, sobre todo, es un tipo que se empeña en un atraco épico inspirado en el peor cine heist setentero (el mismo que Reichardt homenajea a la vez que se chotea de él), dándole la espalda tanto a su familia como, sobre todo, a los signos a su alrededor que señalan que algo más importante y urgente está tensionando el mundo en la década de los 70. Es decir: el protagonista individualista se empeña en atrincherarse en su ficción (el robo) en vez de abrirse hacia lo real, que es lo que ocurre constantemente a su alrededor.

La guerra de Vietnam como telón de fondo, los carteles por la paz empapelando todos los espacios que transita Mooney, las madres organizando marchas contra el reclutamiento forzado de sus hijos, la juventud que vagabundea de forma hippy a la búsqueda del amor (como esa pareja de autoestopistas que, al subir al coche, cambian la emisora de la radio para alejarse de las noticias y recrearse en la música)… JB no presta atención a ninguna de estas señales porque lo único que le interesa es su propio ombligo.

En definitiva, JB Mooney es el contraplano exacto de los protagonistas habituales en el cine de Kelly Reichardt. Normalmente, la directora acoge en su seno a personajes inadaptados expulsados por el capitalismo. Aquí, sin embargo, el protagonista es una síntesis del capitalismo (individualismo que busca su propio beneficio económico sin importarle lo que ocurra a su alrededor) que se niega a participar en el humanismo que se despliega a su alrededor. Y, a este respecto, mucho tiene que ver la mirada femenina en “The Mastermind”… Pero eso es justo lo que voy a diseccionar a continuación.

Kelly Reichardt The Mastermind Josh O’Connor robo arte 1970

En “The Mastermind”, es la mirada femenina la que desarticula y desmantela e incluso se descojona un poco de un protagonista que no es otra cosa que la representación directa de un mito cinematográfico masculino. Es curioso pensar, además, que Reichardt siempre había abordado las masculinidades alternas desde la amistad: “Old Joy” y”First Cow” subvertían las buddy movies al permitir que la mirada femenina de la directora las inoculara de cariño y, así, de paso, desarmar cualquier atisbo de toxicidad masculina.

Aquí, sin embargo, esa toxicidad campa a sus anchas precisamente porque JB Mooney es un tipo individualista y, para más inri, más solo que la una. No tiene lazos reales con nadie, ni con la familia ni con los presuntos amigos, porque solo vive para él. La figura paterna es castradora, aunque eso no impide que JB se aproveche económicamente de ella. Los compañeros del atraco no dudan en dejarle colgado e incluso en delatarle. El amigo al que visita le ríe la gracia, pero manteniendo siempre las distancias.

Son las mujeres de “The Mastermind” las que introducen las miradas que realmente retratan al verdadero JB Mooney. La madre, como enlace a través del que obtener el dinero del padre, deja al descubierto su hipocresía. La pareja del amigo al que visita no le pasa ni una e incluso le echa de casa. Pero es sobre todo su mujer, Terri (Alana Haim), la que mejor le retrata en la mencionada llamada de teléfono al final de la película: con hastío, corta lazos con su marido un poco hasta los ovarios de que JB la haya desterrado de su ficción de ladrones (y, por lo tanto, también de una película que solo habita de forma puntual pero gloriosa).

Pero en “The Mastermind” resulta francamente difícil dejarse fascinar por JB porque aparece certeramente retratado como parte imprescindible del problema capitalista individualista masculino. Es imposible empatizar con un tipo que, atento exclusivamente a su ombligo, es incapaz de conectar con los problemas de su mundo cercano (familia, amigos) y, sobre todo, del mundo en general (guerra, protestas).

Kelly Reichardt The Mastermind Alana Haim

Son las mujeres las que, con su mirada, introducen la realidad en la fantasía de Mooney. Y es así, precisamente, como Kelly Reichardt desmantela la masculinidad del género de atracos que tanto tiene que ver con aquellas otras masculinidades que el cine nos vendió hasta la saciedad precisamente en aquella misma época. Es heist y cine negro. Godard y Nouvelle Vague. Nuevo Hollywood. Personajes lumpen y canallas que exudan toxicidad pero que el cine (masculino) vendió como epítome de lo sexy. Se les perdonaba todo porque eran EL HOMBRE.

La misma realizadora ha mencionado como referencia de esta película “El Otro Señor Klein”, de Joseph Losey, especialmente por presentar “la idea de un personaje que no se muestra particularmente concienciado por la situación política del momento, no siente especial empatía por cómo afecta a los demás, pero se aprovecha de ella para su propio beneficio. Hasta que el contexto se lo acaba tragando”. Y esto es precisamente lo que le ocurre a JB: tras llegar a lo más bajo (¡robarle el bolso a una ancianita!), intenta ocultarse en una manifestación en la que es arrestado… y adiós JB. Hasta nunki. Un besi.

Es como si la propia película hubiera perdido por fin la paciencia con su protagonista y su bullshit. Algo que el espectador ya ha experimentado mucho antes… Un cierre genial que viene a demostrar que “The Mastermind” no es la celebración del cine heist que muchos han querido ver, sino todo lo contrario: es la constatación de que aquel cine fue un elemento de propaganda de una masculinidad capitalista que se vendió como algo sexy cuando, en verdad, no podría haber algo más ridículo que un tipo ombliguista, sin amigos ni familia, individualista y pobre que sigue viviendo aferrado a una fantasía hipermasculina que solo existe en su cabeza.

Sinceramente 💰,

Raül De Tena

Sobre el autor

Raül De Tena

Al ponerme a escribir esta bio me he dado cuenta de que, así, a lo tonto y como quien no quiere la cosa, llevo más de veinte años escribiendo sobre temas relacionados con la música, la moda, el cine, la literatura, la cultura en general. Siempre he escrito muy sinceramente... Pero, ahora, más todavía.

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