¿Por qué el esperpento de “Superestar” es la mejor forma de explicar el Tamarismo?

Está claro que “Superestar” de Nacho Vigalondo no pretende ser una serie realista sobre la historia del ascenso a la fama de Tamara, sino que más bien usa el esperpento para algo mucho mejor.

El primer episodio de “Superestar” y, de hecho, todos los episodios de esta miniserie de Netflix se abren de la misma manera: el creador de la misma, Nacho Vigalondo, aparece en la pantalla en un espacio límbico y oscuro hablando desde el presente de un pasado que se ve en una televisión antigua detrás de él. Vigalondo encarna a Joaquín Sardana, que no es otra cosa que una versión nada disimulada del Xavier Sardà que reinara en la televisión de cambio de siglo con sus “Crónicas Marcianas”.

Como maestro de ceremonias, Vigalondo / Sardana advierte en la mencionada apertura que esto no va a ir de Tamara, sino del fenómeno que la rodeó (con sus personajes, sus eventos, sus locuras, sus astracandas) y que todos conocemos simple y llanamente como Tamarismo. A partir de ahí, cada capítulo girará alrededor de uno de los satélites que orbitaban alrededor de Tamara / Ámbar / Yurena en sus años de fama y furor. Y, de hecho, Vigalondo / Sardana utilizará la apertura de cada episodio para ofrecer el necesario contexto sobre cada uno de esos personajes.

La jugada del director no es solo inteligente, sino que también resulta ser una referencia sublime a otros grandes maestros del formato serial televisivo. Imposible no pensar en Alfred Hitchcock introduciendo los episodios de su icónica serie como una versión elevada de Elvira o El Guardián de la Cripta. Pero, sobre todo, este truco de Vigalondo hace pensar en David Lynch metiéndose a sí mismo en las tres temporadas de “Twin Peaks” como Gordon Cole, el mítico inspector del FBI que debería saberlo todo pero que más bien se pasa todo el rato repitiendo “no entiendo nada de lo que está ocurriendo”.

Los paralelismos entre los oficios de presentador de televisión, inspector del FBI y director de cine y televisión son claros: los tres ordenan (o deberían ordenar) la información para presentar la verdad que en ella subyace. Pero el juego de espejos que construye Nacho Vigalondo sube las apuestas al plantear “Superestar” como un sublime ejercicio en el que el esperpento sirve para explicar la realidad mucho mejor de lo que cualquier documental podría hacerlo.

De hecho, el estreno de la serie se simultaneó con la llegada a la parrilla de Netflix de Sigo Siendo La Misma, un documental sobre Tamara que se cruza con la ficción de Vigalondo al llevar a la artista hasta el set de rodaje de “Superestar”. Ese es, probablemente, el mejor momento del documental: el emotivo encuentro de Yurena con la actriz que interpreta a su madre. Es entonces cuando te das cuenta de que esta magia, este zarpazo de realismo mágico, sirve para explicar de forma poética y preciosa lo mucho que la artista echa de menos a la madre fallecida tiempo atrás.

Es entonces cuando te das cuenta de que “Superestar” triunfa allá donde “Sigo Siendo La Misma” hace (un poco) aguas. Porque el documental se afana en explicar el pasado tal como fue y ponerse al día con el presente de los protagonistas del Tamarismo. Pero Vigalondo hace algo mucho mejor: usar herramientas como el realismo mágico o (sobre todo) el esperpento para esclarecer en clave metafórica todo aquello que nunca supimos explicarnos sobre este fenómeno.

Superestar, de Nacho Vigalondo

Ya lo he dicho más arriba: Vigalondo, como director, se sirve del personaje de Joaquín Sardana para, desde un buen principio, dejar claro que esto no va de Tamara sino del Tamarismo. No resulta para nada extraño, entonces, que “Superestar” se despliegue en un retrato de ese mismo Tamarismo como esperpento fragmentado en el que cada pedacito del puzzle (es decir, cada uno de los seis episodios) se centra en uno de los personajes que orbitaron alrededor de la artista en su momento cumbre y que alimentaron la construcción de su mito a golpe de astracanada surrealista.

Qué digo, no solo a base de astracanada surrealista, sino también desdibujando la línea entra realidad y ficción con el objetivo de presentarse ante el mundo como seres extraordinarios merecedores de la fama que buscaban desesperadamente y de la que se consideraban merecedores. (Ya tú sabes, fake it until you make it.) Ahí está el gran acierto de Nacho Vigalondo, la jugada maestra con la que sale airoso y victorioso al seguir la estela de Los Javis (aquí en tareas de producción) allá donde otros han fracasado en mayor o menor medida.

Me explico. “Vestidas de Azul” consiguió bordar ciertos lugares comunes de Los Javis de forma brillante, aunque eso no impidió que se viera ensombrecida por algún que otro desliz. Y “Mariliendre” arrancaba de forma excepcional pero acababa malinterpretando el que probablemente sea el más interesante rasgo identitario de Ambrossi y Calvo: “Su capacidad para plantear, observar y celebrar a sus personajes desde la empatía y el cariño incluso cuando dejan al descubierto sus costuras más oscuras, incluso menos amables” (tal y como yo mismo escribía hace unos meses en este otro artículo).

Es aquí donde triunfa la “Superestar” de Vigalondo: en la empatía que muestra hacia personajes ambiguos y personas de dudosa moral. Para todos ellos tiene un gesto de cariño profundo dedicándoles un capítulo único y replegado sobre sí mismo, cada uno de ellos con sus propios rasgos, referencias ilustres e incluso con su propio género cinematográfico. Y no solo eso, sino que el verdadero gesto de cariño está más bien en alejarlos de la explicación común del “eran todos unos frikis” para encontrarle una explicación poética a todas y cada una de sus rarezas.

El primer capítulo de “Superestar”, centrado en la mater amatísima Margarita Seisdedos (Rocío Ibáñez), es una revisión de las pelis del franquismo en la que una ingenua pueblerina acaba convertida en toda una folclórica. La idea de fama como sueño irreal se ve subrayada aquí por el toque almodovariano del amor infinito por la figura de una madre cuya mayor falta es precisamente la de tantas madres: ser incapaz de dejar de ver a su hija como una niña incluso cuando esta es ya una adulta. E incluso cuando, como en el caso de Tamara, verla y tratarla como una niña la encierra en un infantilismo que España nunca fue capaz de comprender.

Superestar, de Nacho Vigalondo

Por su parte, el episodio centrado en Leonardo Dantés (Secun de la Rosa) también resuena con otras ficciones franquistas, en esta ocasión todas aquellas películas de cancionero ingenuo que intenta conseguir la fama topándose de frente con la realidad de un mundo del espectáculo desalmado en el que no hay espacio para su bondad. Vigalondo, sin embargo, tira de referente kaufmaniano para explicar las esquizofrénicas personalidades múltiples que Dantés exhibió en la televisión: desdoblarlo en diferentes Leonardos que conviven con incomodidad e incluso sentido de culpa.

En el tercer capítulo de “Superestar”, Arlequín (Julián Villagrán) y Loly Álvarez (Natalia de Molina) protagonizan un thriller psicológico muy 90s en el que dos personajes son hechizados por el canto de sirena de la fama, aquí metaforizado en los rombos de colorines del traje que Arlequín brillando primero en los ojos de Loly, desprendiéndose de la ropa de él cuando la realidad se impone, volando lejos de ambos tras el accidente en la Cibeles. Contra todo pronóstico, Vigalondo ataca su tramo más perturbador llevando a sus personajes a espacios psicológicos inquietantemente oscuros.

El tono de la serie cambia por completo en un cuarto episodio protagonizado por Paco Porras (Carlos Areces) que destaca por ser un festejo gozón del imaginario de las viñetas Nazario, con sus sectas secretas preñadas de símbolos sexuales, ranciedad tradicionalista, cultos secretos, orgías religiosas… Una extravaganza divertídisima y despiporradísima que viene a probar que lo que se esconde detrás del fachismo, machismo y abnegación de un Porras que conoce el futuro pero no lucha contra él no es otra cosa que puro masoquismo.

El quinto capítulo deja clara la vocación esperpéntica de “Superestar” con citas directas a las “Luces de Bohemia” de Ramón María del Valle-Inclán. Como titiritero del Tamarismo que fue, Toni Genil (Pepón Nieto) reúne al antiguo grupito (él mismo, Paco, Leonardo y Arlequín) en una noche sin final en la que incluso acaban recalando en los míticos espejos deformantes del Callejón del Gato de la obra de Valle-Inclán. Una noche sin final que se revela como el tiempo detenido en el que viven todos aquellos que deciden hacer del rencor el centro de su existencia.

Por último, Nacho Vigalondo cierra su serie con un episodio centrado en el personaje que menos ha salido hasta el momento: la misma Tamara (Ingrid García-Jonsson). De hecho, llegados a este punto, el director se saca la chorra para hacer lo más inesperado. Porque está claro que el espectador espera que este episodio explique todo aquello alrededor de Tamara que siempre ha quedado invisibilizado en los márgenes de las historias del resto de personajes… Pero, en vez de eso, Vigalondo se homenajea a sí mismo en el campo que mejor ha dominado en toda su filmografía: el de la sci-fi cotidiana como herramienta para diseccionar la vida adulta.

No diré más para no incurrir en spoilers, pero este último episodio es una emotiva y emocionante incursión en las ficciones de multiversos para hablar de lo que, después de ver esta serie, todos esperamos que haga la misma Tamara: perdonarse a sí misma y permitirse ser la diva que es.

Superestar, de Nacho Vigalondo

¿Y cómo une Nacho Vigalondo todos estos fragmentos que en cualquier otra ficción podrían flotar lejos los unos de los otros pero que aquí son conglomerados y cohesionados en un todo que se entiende como un conjunto perfecto? Pues lo hace de muy diversas formas: las mencionadas intros de Joaquín Sardana, las cortinillas iniciales con objetos empurpurinados que simbolizan cada uno de los personajes, la sci-fi expresionista con toques surrealistas, un costumbrismo fantástico que a muchos recuerda a Lynch pero que a mí me hace pensar más bien en Luis García Berlanga y en Álex de la Iglesia

Aunque, al final de todo, en las manos de Vigalondo, el mejor cemento para “Superestar” no es otro que el diálogo entre el esperpento y el surrealismo mágico. De ahí nacen las dos constantes que atraviesan la serie. Por un lado, el Paradais como un lugar que aparece en todos los episodios, por mucho que en cada uno aparezca distinto e irreconocible. Un espacio mágico, casi límbico, en el que los diferentes personajes se enfrentan a sus problemas para solucionarlos en clave de realismo mágico.

Para casi todos los personajes es una pensión. Un espacio de paso en el que Margarita vive la separación de Tamara en compañía de mujeres que han sido abandonadas por sus hijas después de darlo todo por ellas y en el que, después de dormir una noche en una extraña cama alargada con cabezales en ambos extremos, Leonardo Dantés despierta en compañía de su doble. También es el espacio que Toni Genil convierte en su casa (otro símbolo de estancamiento en su historia) en compañía de un Albert Pla pletórico en su papel de Michael Jackson del Penedès.

Superestar, de Nacho Vigalondo

Para Tamara, sin embargo, no será espacio de tránsito ni hogar, mucho menos una pensión. Para Tamara, el Paradais es la sala de su renacer, donde ofrecerá la actuación de su vuelta a los escenarios. Y esto nos lleva hacia el segundo esperpento que actúa como cemento en “Superestar”, que no es otro que la propia Tamara, un personaje que casi no aparece en los primeros episodios y que, cuando aparece, lo hace de forma elusiva y esquiva.

Hasta el último episodio, Tamara es el espacio negativo necesario para que cada personaje vierta sobre ella una frustración diferente: es la niña eterna para Margarita, el amor roto de Leonardo, el símbolo de la fama para Arlequín y la fama arrebatada para Loly, la encarnación del mal (como símbolo feminista y barra libre de servir coño) para Paco, la fuente de todos los males de Toni… Y, sin embargo, esta elusividad de Tamara casi mágica y mística hace pensar que ninguno de los personajes tiene una imagen real de ella. Que todas esas Tamaras son fabulaciones que dicen más de ellos, de sus anhelos y carencias, que de ella.

Y ahí está el gran retruécano final de “Superestar” en su capítulo de cierre. Ante la elusividad de Tamara en una serie que presuntamente va sobre Tamara, el espectador espera que este último episodio ofrezca todas las respuestas y enseñe lo que no se ha visto. Que llene de explicaciones los huecos de la historia. Lo que encontramos, sin embargo, es una fantasía final que apuesta por la justicia histórica y que demuestra que esto no fue nunca de hacer honor a la verdad, sino de hacer honor a una figura maltratada por la historia.

Porque “Superestar” nunca fue de reírse del Tamarismo, sino de restaurar el honor de unas figuras con claroscuros que fueron malinterpretados y, sobre todo, maltratados por la sociedad del momento. Una resignificación necesaria y valiosa que emociona y que resulta más acertada todavía porque, a diferencia de lo que ocurrió con “Veneno”, no llega cuando ya es demasiado tarde para que la retratada se beneficie de la resignificación. Aquí estamos a tiempo de la restitución. Hay esperanza para Yurena.

Sinceramente,

Raül De Tena

Sobre el autor

Raül De Tena

Al ponerme a escribir esta bio me he dado cuenta de que, así, a lo tonto y como quien no quiere la cosa, llevo más de veinte años escribiendo sobre temas relacionados con la música, la moda, el cine, la literatura, la cultura en general. Siempre he escrito muy sinceramente... Pero, ahora, más todavía.

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