Por ahí se leen muchas críticas contra “El Cautivo”… Pero este texto es una defensa a ultranza de la película de Alejandro Amenábar (y su mariconería).
Todo lo que voy a escribir a continuación sobre “El Cautivo” debe ser leído con una advertencia por mi parte: no soy el mayor fan del mundo en lo que respecta al cine de Alejandro Amenábar. Y es que, aunque “Tesis” (1996) me impresionó en su momento (es decir, cuando era yo un estudiante de instituto), me bajé del carro en “Los Otros” (2001) y el gigantesco sarao mediático que se montó a su alrededor (justo cuando estaba estudiando Comunicación Audiovisual y mi visión del cine se transformaba por completo).
El éxito mundial de “Los Otros” se tomó como la prueba definitiva de que el cine español podía sostenerle la mirada al cine yanki. Lo que ocurre es que eso es algo positivo solo si se considera a nivel de industria… Porque a nivel creativo es otro cantar. “Esto lo podría haber realizado un director de Hollywood” pareció un argumento crítico genial en su momento, aunque ya por aquel entonces yo me preguntaba: ¿pero quién es Amenábar además de un imitador de las formas yankis? ¿Dónde están los rasgos de su personalidad que me permitan conectar con él?
Respuesta larga acortada: aquellos rasgos de personalidad no estaban por ninguna parte. La cosa empeoró cuando Alejandro Amenábar salió del armario y yo no podía dejar de preguntarme: ¿por qué alguien que ya tiene a la industria a sus pies se empeña en hacer un cine yanqui en el que no vierte ni un gramo de su propia alma? ¿Dónde está su espíritu local? ¿Dónde está lo maricón? Porque “Mar Adentro” (2004) estaba basada en hechos de aquí, sí, pero bien podrían haberse relocalizado en Massachusetts y no habría afectado para nada ni a la forma ni al fondo de la cinta.
Entonces, Amenábar empezó a dar bandazos y ya resultó totalmente imposible determinar cuáles eran sus intenciones con películas cada vez menos personales como “Ágora” (2009) o “Regresión” (2015). Pero entonces llegó “Mientras Dure La Guerra” (2019) y, por un breve instante, sentí un chispazo de esperanza. En un momento de crispación política y social, no me podría parecer más acertado su empeño en levantar un proyecto sobre el mítico discurso de Unamuno alrededor del concepto de libertad y españolismo. Lo que ocurre es que, al final, la peli quedó desenfocada por una tibieza neutral que le llevó a dar espacio a una visión blanquísima del punto de vista de Franco.
Y así, hace unos días, me encontré en la puerta del cine a punto de ver “El Cautivo”, con escasas expectativas por culpa de mi propia historia con el director y por las malas críticas que estaba recibiendo el estreno… Pero, a la vez, con cierto optimismo inducido por los rumores que afirmaban que el director por fin se había lanzado a inyectar su mirada homosexual en esta historia sobre el cautiverio de Miguel de Cervantes en Argel. ¿Hacia qué lado me acabaría decantando? ¿Amor u odio? Spoiler alert: salí de la sesión con bastante hype en el cuerpo y dispuesto a convertirme en su defensor a ultranza.
El cine (de siempre) de Alejandro Amenábar

Lo primero que es necesario abordar sobre “El Cautivo” son precisamente esas malas críticas que la película ha recibido tras su estreno y que parecen cebarse especialmente en la inverosimilitud de lo explicado por Alejandro Amenábar. Por ahí dicen que resulta difícil creerse que la Argel del siglo XVI estuviera a rebosar de árabes homosexuales que pasearan por las calles a sus esclavos blanquitos con pinta de estar recién salidos de un club queer (a los que llamaban “garzones”). Y también se enarbola el argumento de que la homosexualidad de Cervantes es una conjetura y no un hecho probado.
Pero la crítica que más me escuece es la que se centra en la inverosimilitud de una trama de aventuras en la que muchos personajes son puro arquetipo y no muestran ningún tipo de doblez ni profundidad. Porque, sí, a mí también me escama que el personaje del cura interpretado por Fernando Tejero sea tan tramposo (sobre todo, cuando se revela su motivación final), pero ¿cuándo le hemos pedido al cine como entretenimiento, al cine palomitero, que tuviera personajes complejísimos? ¿Se les ha criticado tal cosa a estrenos como “F1, La Película”, “Cuatro Fantásticos: Los Primeros Pasos”, “Nosferatu” o “Los Pecadores”, por mencionar algunos títulos que han triunfado este año en taquilla?
Lo mismo aplica para una trama que no hace otra cosa que una constante del mencionado cine de entretenimiento: relegar la coherencia a un segundo plano para priorizar el calado emocional, que en “El Cautivo” es épico a poco que te dejes llevar por sus golpes de guion y sus meandros narrativos. Unos meandros que esconden hábilmente la interesantísima reflexión de Alejandro Amenábar alrededor del oficio de cuentacuentos. El juego de espejos es delicioso: el director (cuentacuentos él mismo) crea una ficción habitada por un escritor real (Cervantes) que encuentra su voz narrativa y la desarrolla no solo por placer, sino por necesidad.
La primera historia que crea el cautivo Miguel (interpretado por Julio Peña) nace de la visión de una mano con un pañuelo en una ventana. A partir de esa imagen, el protagonista crea un cuento que va alargando día tras día para implicar al resto de cautivos, primero para darles esperanza y, finalmente, para depurar esa esperanza en forma de ideas de fuga. El primer golpe de genialidad por parte de Amenábar es poner en relieve el poder de un cuento bien contado cuando se dedica a entrelazar el día a día de los cautivos con la fantasía de las historias de Cervantes hasta tal punto que el espectador ya no sabe qué es realidad y qué es ficción.

Pero el director va más allá cuando hace que su protagonista descubra el poder de esas mismas historias a la hora de relacionarse con el mundo que le rodea. Y también para entenderse a él mismo. Cervantes descubre la intoxicante mezcla de poder y placer que las historias le otorgan entre el grupo de cautivos. La misma mezcla de placer y poder siente al tener al Bajá Hasán (Alessandro Borghi) comiendo de la palma de una mano con la que administra y raciona sus historias diarias (la influencia de “Las Mil y Una Noches” es evidente), por mucho que en esta relación empiecen a mezclarse otros sentimientos más complejos como el deseo, la dependencia y ¿el amor?
Miguel construye sus historias a partir de los sedimentos de la realidad: la mano en la ventana, los días libres que le deja el Bajá y en los que se zambulle en las maravillas de la ciudad de Argel… Todo ello alimenta los cuentos con los que inicialmente entretiene a los cautivos y al Bajá, pero que finalmente le sirven para explicarse a sí mismo. Esto queda perfectamente sintetizado en el cierre de su historia: un padre que escupe en la cara a un hijo que le ha defraudado para arrepentirse a continuación. “¿Por qué este final tan triste?”, pregunta el Hasán. “Cada uno elige un destino distinto”, responde Cervantes anticipando el golpe final.
Por el camino, Cervantes va encontrando y moldeando su propia voz narrativa: los cautivos le piden diversión, el Bajá exige verosimilitud… Al final, por deseo o por amor o por lo que sea (esto depende del ojo que mira), Miguel descubre que lo mejor del mundo es hacer reír a alguien a quien aprecias con tus historias. Esta revelación va entretejida en un conjunto de escenas en las que la relación del cautivo y su captor se va haciendo más complejas en lo emocional y en lo sensual. Y, para mi sorpresa, fue en este punto del film cuando varias personas en la sala del cine empezaron a resoplar visiblemente incómodas.
Lo que me hizo pensar inmediatamente que toda esa gente que resoplaba en la sala (y que son metáfora aquí de toda esa gente que ha estado resoplando contra “El Cautivo” en redes sociales) mostró cero reparos a la hora de comerse con patatas un romance heterosexual impostadísimo y falsísimo (y con menos base real que las conjeturas sobre la homosexualidad de Cervantes) como el de “Shakespeare in Love”. Así que, chicos, ¿lo que os molesta de la película de Alejandro Amenábar es su inverosimilitud… o más bien os incomoda que sea un festín de mariconería?
La mariconería en “El Cautivo”

A mi entender, es la mariconería lo que hace que “El Cautivo” pase de ser un solventísimo ejemplo de cine de entretenimiento a algo mucho mejor, más complejo, más interesante, más redondo. Y es que, tras muchos años perfeccionando el que yo creía que era el poco noble arte de apropiarse de las formas del cine hollywoodiense, Alejandro Amenábar ha formalizado su particular jaque al rey con una peli que podría ser perfectamente Hollywood pero que hace lo que Hollywood nunca se ha atravido a hacer ni hará nunca: poner la mariconería en el centro de la ficción.
Y la llamo mariconería y no homosexualidad porque, lo siento, no es lo mismo. Amenábar lo sabe. Yo lo sé. Cualquier con un ojo crítico puesto en el presente sabe que no es lo mismo y que vivimos en unos tiempos en los que es necesario la reivindicación de la mariconería local como lucha contra la globalidad turbo-capitalista de la homosexualidad. Por eso resulta tan gozoso este film en el que todo son árabes buenorros, “garzones” afeminados y curas armariados con ganas de comerse un buen rabo (lo siento, tenía que decirlo).
Por eso es tan gozoso también que en el centro de la narración esté una relación entre dos hombres que bebe de la eterna dialéctica entre el amor idealizado (Miguel) y el placer por el placer (los “piccoli piaceri” del Bajá). Una dialéctica que siempre ha dividido a los homosexuales escindidos entre la integración del amor o la disidencia del placer… Por mucho que en “El Cautivo”, uno lleve al otro y ambos personajes acaben cediendo para entrar en el territorio del contrario.
Lo más interesante es que esta dialéctica se inserta en pleno siglo XVI, con todo lo que ello implica. Desde el principio de la película, el “reniego” con el que algunos cautivos se convierten al Islam inserta en los diálogos el concepto de “libertad”. ¿Es más libre el que está preso pero vive según sus creencias o el que traiciona esas creencias pero lleva una vida próspera fuera de la prisión? “Lo único que echo de menos es que me llamen por mi nombre, Alonso“, afirma el barbero renegado, confirmando la complejidad de la situación.

Alejandro Amenábar es plenamente consciente de que la “libertad” es una plataforma de lucha política en un presente en el que la ultraderecha se ha apropiado del término precisamente para conservar unos privilegios que quieren hacer pasar por libertad mientras recortan las libertades de las minorías de siempre. Es por eso por lo que el debate que se establece entre los cautivos resuena con tanta intensidad en el presente.
Y también es por eso por lo que el desenlace de “El Cautivo” es tan interesante. En Constantinopla, el Bajá y Miguel podrían vivir su homosexualidad libremente siempre que Cervantes renegara de diferentes libertades, especialmente la de volver a su país. En España, eso sería impensable… Llegados a este punto, Amenábar asesta el último golpe a la “libertad” impuesta por la derecha cuando, ante la presión de la clerecía española por “liberar” al cautivo, pide que sea el propio Miguel quien decida. “Siempre sois los curas los que le imponéis a la gente lo que quieren o no”, dice, pero él quiere que Cervantes tenga una libertad real a la hora de decidir, con todas las opciones sobre la mesa.
Pero lo que no tiene en cuenta Hasán es que, en España, Cervantes puede gozar de una libertad que ansía y que sería imposible en Constantinopla: la libertad de que su voz, esa voz que por fin ha encontrado y perfeccionado, sea escuchada, leída, tenida en cuenta. ¿Es más libre el que está preso en Constantinopla pero vive su identidad homosexual o el que traiciona esa identidad pero lleva una vida literaria próspera fuera de la prisión? La libertad total era un utopía en el siglo XVI… Y sigue siéndolo en el siglo 21.
Sinceramente,
Raül De Tena