El Sónar 2025 estuvo rodeado de una polémica que no puedo ni quiero eludir a la hora de escribir esta crónica… pero sería injusto centrarse solo en la polémica y obviar que esta edición del festival volvió a brillar en lo musical y artístico con actuaciones como las de Yerai Cortés y Bicep.
El Sónar acaba de cerrar la que probablemente sea la edición más compleja de toda su historia. Una edición que tuvo que lidiar con una polémica humanitaria, económica y política (y turbocapitalista) convertida en debate social, con un boicot externo, con cancelaciones de artistas incluso a última hora y con los problemas habituales de todo festival que, añadidos a los mencionados anteriormente, se apilaron para alimentar una sensación entre los que finalmente asistimos (ojo, se batió récord histórico de asistencia pese a todo) de extrañeza, excepcionalidad o rarunez, como prefieras llamarlo.
Desde el jueves 12 hasta el sábado 14 de junio, el Sónar 2025 hizo todo lo que pudo (que fue mucho, muchísimo) no para imponer la narrativa de que en sus dos recintos barceloneses no pasaba nada, de una normalidad que nunca se pretendió. Lo que se pretendía más bien era capear el temporal y apagar fuegos para afrontar una situación cuya complejidad ya abordé yo mismo en esta otra columna de opinión de hace algunas semanas.
Así que, a sabiendas de que muchos serán los que llegarán hasta esta crónica seguramente movidos por el morbo de saber cómo se afrontó la polémica en el Sónar 2025, no voy a andarme por las ramas y voy a abrir fuego precisamente encarando ese mismo asunto.
Cómo se afrontó la polémica

Porque si alguien piensa que los que asistimos al festival fuimos esa panda de descerebrados absurdos que El Periódico se empeñó en recopilar en un post que ardió en Instagram, anda muy equivocado. El mismo Sónar 2025 celebró un foro de debate para hablar de la polémica generada por su implicación en el fondo de inversión KKR, pero es que ese debate fue uno de los grandes protagonistas de la edición y sobrevoló absolutamente todos los escenarios de los recintos de día de noche, avivando interesantes conversaciones en las que todos contrastamos opiniones con amigos y conocimos.
Cualquiera podrá decirme que esto fue como hacernos pajas los unos a los otros porque, al fin y al cabo, si estábamos allá, eso debía significar que teníamos todos una misma opinión benevolente y despreocupada sobre la polémica. Pero, de nuevo, semejante simplificación no hace honor a las aristas poliédricas de un debate realmente complejo en el que nadie intentó lavar su conciencia, sino más bien obtener el máximo de información para formarse una imagen lo más realista posible de lo que está ocurriendo.
Porque, como ya dije en la columna de opinión linkeada más arriba, el embudo de atención en el que solo se ha metido al Sónar empieza a sentirse un poco como un ensañamiento, como un ejercicio de señalamiento en el que se le está aplicando un castigo ejemplar a un evento especialmente popular con visibilidad internacional mientras se deja en el punto ciego de la mirada a muchos otros festivales igualmente afectados. Sebas E. Alonso hablaba especialmente bien sobre por qué solo le pedimos cuentas al evento barcelonés en este artículo de Jenesaispop.
No voy a volver a los temas de siempre (que el entramado capitalista es complejo, que ensañarse con el Sónar desde tu iPhone usando Instagram es particularmente paradojal)… Pero es que hace días que no puedo dejar de pensar en una amiga que me explicó que no daba crédito a que cierta persona le pusiera las orejas rojas por decirle que asistiría al Sónar y que lo hiciera ni más ni menos que delante del escenario Amazon Music de otro festival reciente (cuando todos sabemos que Amazon nunca se ha esforzado en ocultar su apoyo al estado genocida de Israel).
Tiene que ir por delante que no estoy intentando excusar mi asistencia al festival porque, como hace semanas que repito (y no solo sobre el Sónar), cada uno tiene que hacer lo que mejor le convenga a su moral y dejar que los demás hagan exactamente lo mismo. Pero todos debemos ser conscientes de que el Sónar es solo parte de un entramado mucho más extenso y que, por lo tanto, señalar a unos que no te están señalando a ti para demostrar tu superioridad moral es algo que no deberías permitirte cuando sigues habitando un capitalismo que no te deja ni un mísero espacio en el qeu no incurras en algún tipo de inconsistencia moral.
El embudo de atención en el que se ha metido al Sónar empieza a sentirse un poco como un ensañamiento, como un ejercicio de simplificación en el que se le está aplicando un castigo ejemplar.
Además, tal y como he visto en redes sociales, pedir que no se discuta a aquellos que llaman al boicot es, simple y llanamente, cerrar las puertas al diálogo. Es, directamente, decirle a los demás “no deberías asistir al Sónar y, sobre todo, deberías callarte al respecto. Porque intentar rebatir mis motivos para decirte que no vayas al Sónar es poco solidario y es un intento fascista de acallar mi protesta”. Que yo sepa, un diálogo sano no intenta acallar protesta alguna, sino intercambir puntos de vista. Decirle a los demás lo que tienen que hacer y que encima no te rechisten ya es otro cantar.
Corto y cierro con una última consideración que ya apunté en la columna de opinión que he mencionado varias veces en esta crónica… Pero es que tengo que ampliar lo que allá dije sobre lo injusto que me parece que, a tenor de lo ocurrido recientemente, se inhabilite todo lo que ha hecho históricamente este festival que tanto ha trabajado por la cultura, la música, la diversidad y la inclusividad. Y que, a mi entender, siempre ha afrontado la labor de organizar un festival de la forma más honesta posible, incluso en unos tiempos pasados que viví en primerísima persona en los que la competitividad festivalera hizo que corrieran las puñaladas traperas entre los organizadores españoles de estos eventos masivos.
Como colofón a tres jornadas en las que abundó el apoyo a Gaza en las pantallas de todo el festival, uno de los artistas emitió un mensaje que me dejó pensativo: “Solidaridad con los trabajadores del Sónar“. Porque esto es una cosa que sobre la que no puedo dejar de reflexionar: si, de repente, la empresa para la que trabaja cualquiera de esas personas que llama al boicot contra el festival se vendiera a un fondo y este se vendiera a KKR, ¿dejaría esta persona su trabajo inmediatamente en pos de su superioridad moral? ¿O más bien esperaría para ver qué soluciones encuentra su empresa sabiendo que este tipo de soluciones puede que tarden en encontrarse?
Eso es lo que quiero pensar que ha ocurrido y está ocurriendo. El pasado del Sónar me invita a pensar que intentarán encontrar una solución a todo este problema. Pero soy lo suficientemente realista como para ser consciente de que esa solución no podía llegar ni en uno ni en dos meses. Cancelar el festival hubiera implicado un desastre económico que no afectaría para nada a KKR, pero que sí que afectaría a todos lo que ponen su mimo, cariño, trabajo y empeño en cada edición.
Trabajadores que este año capearon todo lo que les cayó encima con soluciones solventes como las confirmaciones de última hora (Todd Terry) o los djs suplentes capaz de salir literalmente a última hora para llenar huecos. Trabajadores que se esforzaron no en crear una falsa ilusión de normalidad, sino en ofrecer la mejor edición posible ante la inviabilidad (y esto lo añado yo a nivel puramente personal: también la injusticia) de cancelar un evento como este. Trabajadores que merecen el beneficio de la duda hasta que se encuentren soluciones reales para un problema complejo.
Y, ahora que ya me he sacado esto del pecho, hablemos de música.
Sónar de Día

Además de todo lo mencionado en el apartado anterior, el Sónar 2025 será recordado por haber sido la edición en la que nos despedimos del recinto de Sónar de Día que hemos estado habitando y amando durante tantos años. Un espacio privilegiado que supo tomar el testigo del CCCB creando espacios que recordaremos para siempre como un Sónar Village que supo crecer sin perder su esencia festiva diurna o un Sónar Hall que, a título personal, he de reconocer que es el mejor escenario que he disfrutado en los abundantes festivales a los que he asistido en toda mi vida. Así lo digo.
Este año, incluso se incorporaron novedades como un Food Market con una oferta de comida realmente interesante o (esto puede parecer una tontería pero no lo es porque, como suele decirse, Dios está en los detalles) una inmensa bola de espejos que inundaba el espacio de acceso al Sónar Hall con deliciosos reflejos discotequeros. Una nueva muestra de mimo que hizo más llevadero el pensamiento que a muchos nos pasaba constantemente por la cabeza: “Este es el último año que disfruto el festival aquí”.
Seguro que los japoneses, que tiene palabras para todas las cosas bellas de la vida, también tienen una palabra para esta especie de melancolía conjugada en futuro lejano. Esa fue la sensación que amplificó la pegada emocional de algunas de las mejores sesiones del Sónar 2025 en el recinto de día… como, por ejemplo, la de un Todd Terry como confirmación sorpresa de última hora que ni se esforzó en habitar el presente: lo suyo fue un trampolín hacia el pasado, específicamente hacia el house de cambio de siglo en el que los más veteranos chapoteamos apasionadamente (en serio, Todd, tía, gracias por hacer feliz al Raül de 1998 con “You Don’t Know Me” de Armand Van Helden).

Desde la organización hicieron especial hincapié en que disfrutáramos de las últimas puestas de sol en el recinto de Sónar de Día… y eso es lo que hicimos con sets de cierre brillantes como el de Mochakk, una apisonadora de buen rollo con afición para las frecuencias sutiles que tan pronto le tiraba a los clásicos pop híperreconocibles como a los hits brasileños que te enfrentaban a tu condición de blanquito sin ritmo en el cuerpo. También Honey Dijon, que sigue siendo infalible a la hora de sacar oro puro de las mezclas entre canciones y que cada vez se apoya menos en los trucos queer y ballroom facilones para incorporarlos de formas menos on your face.
Ahora bien, la gran palma en cuanto a cierres se refiere se la llevó una Alinka que nos pilló con los pantalones bajados a muchos que desconocíamos su existencia. La tía nos ensartó con una sesión que resultó refrescante porque no tuvo la necesidad de decantarse por ninguno de esos excesos que otros djs utilizan para darse a conocer: ni queer, ni femenina, ni masculina… Fue, simple y llanamente, una jodida master class de house con una verdadera línea argumental que no permitía disidencias y que reclamaba subir a ella al principio de todo y cabalgarla hasta su punto y final. Por mucho que eso significara perderse a Nathy Peluso en el Sónar de Noche.
Pero no solo de puestas de sol vive el Sónar de Día, y en esta edición se vivieron muchas otras sesiones y actuaciones (por mucho que yo priorizara las primeras) brillantes. Entre mis favoritas se cuentan las de un Branko que calentó el ambiente a base de una deliciosa mezcla de funk tropicalista y afro house en la que cabía incluso el “Wegue Wegue” de sus Buraka Som Sistema; la de unos Overmono que fueron algo así como la versión de sobremesa de Bicep (matadme por esta comparación); y, sobre todo, un Fafi Abdel Nour que aterrizó en el Village con la visión del futuro de todo lo que se puede conseguir inyectando al house con la adrenalina queer.
Aunque también tengo que apuntillar una última cosa: mucho se nos dijo que disfrutáramos de los últimos atardecers en el Village… ¿Pero por qué nadie nos dijo que también tendríamos que despedirnos del Sónar Hall?
Hablemos de Yerai Cortés

En mi caso, la despedida de un escenario tan especial como el Sónar Hall me cayó encima durante la actuación de Yerai Cortés presentando su “Guitarra Coral” como una fina lluvia veraniega que te pilla de forma inesperada. Fue justo en ese mismo momento cuando me dí cuenta de que en este espacio, arropado por sus icónicos cortinones rojos y por la sacralidad con la que todo el público suele entrar por su puerta, he disfrutado de muchos de los mejores conciertos que constan en mi top personal del festival. Aquí se consagraron Rosalía y Arca, por ejemplo (y por separado).
Pero es que lo de Yerai Cortés no solo va directo a mi Top 3 íntimo y personal de conciertos de toda la historia del Sónar, sino que directamente aterriza en la lista de actuaciones que, de alguna forma u otra, han trastocado mi vida. Y cualquiera podría pensar que, haciendo honor a mi marca personal, estoy siendo especialmente exagerado… Pero no miento cuando digo que pocas veces en mi existencia he sentido lo que me hizo sentir esta actuación. Pocas veces he salido de un concierto con ese vacío en el estómago que solo sientes cuando te enamoras a ciegas.
Es el mismo dolor de un anzuelo que se te clava en el alma y tira de ella desgarrando todo a su paso. Esa es la mejor forma de describir la forma en la que la “Guitarra Coral” de Yerai Cortés tiró de mi estómago no solo durante la hora que duró la actuación, sino también en las horas que le siguieron. También cada vez que recuerdo las emociones que levantó en mí este concierto. También mientras escribo este texto.
Lo más jodido es que, como todo enamoramiento visceral, me resulta difícil, prácticamente imposible explicar el por qué de esta conexión inmediata, profunda, rendida. Puede que sea por mí mismo… Toda mi familia proviene de Andalucía pese a haber nacido yo en Catalunya y, de hecho, estas raíces me laten de vez en cuando como algo que mamé de pequeño pero de lo que nunca fui consciente hasta que empecé a exponerme a ciertas manifestaciones culturales que no abundaban en mi entorno de infancia. Me ocurre con el flamenco. Pero nunca me había ocurrido de forma tan honda, como un rayo que te parte por la mitad.
Yerai Cortés puede hacerte bailar con sus canciones, pero es que en la mayor parte de composiciones no toca la guitarra: la hace llorar. Y esta sinceridad es rara de encontrar en la música actual.
También puede que esté buscándole tres pies al gato y que, probablemente, mi profunda impresión provenga de una puesta en escena que ponía los pelos de punta en su trascendencia mística preñada de dolor. Todo el espectáculo basó su estética en ocultar más que en mostrar a base de contraluces dramáticos que recortaban a Cortés y sus seis palmeras cantaoras en forma de sombras hiperdefinidas. Cuando no era un foco que proyectaba un cañón de luz ardiente, era una pantalla blanca gigante de neutralidad digital. Y, cuando no, el humo blanco tomaba el espacio y convertía a los artistas en espectros flotando en un limbo ingrávido.
Canción tras canción, Yerai Cortés y sus acompañantes variaban sus posiciones en el espacio para conformar estampas fantasmagóricas a medio camino entre un retablo gótico y un conjunto escultórico en blanco y negro, con momentos especialmente impactantes como los que protagonizó el artista de espaldas al público o enfrentándose cara a cara con las seis cantaoras. Las palmas y las voces se desplegaban por el espacio creando una especie de colchón de nubes negras sobre la que flotaba la voz más poderas de todas: la de la guitarra flamenca de Yerai Cortés.
Y una cosa voy a dejar clara: esta actuación me partió en dos sin saber casi nada de Yerai Cortés. Obviamente, al día siguiente corrí a ver el documental dirigido por Antón Álvarez (C. Tangana) que me acabó de aclarar todas las emociones que había sentido en el concierto. Entendí que todo aquel dolor había sido una transmisión directa de los múltiples dolores de Cortés tanto por la separación de sus padres como por la infidelidad a su esposa como, sobre todo, por la muerte de Tania, con la que creció pensando que era su tía para acabar descubriendo tras la muerte prematura de ella que en realidad era su hermana.
Una cosa que me obsesionó en la actuación de Yerai Cortés en el Sónar 2025 fue que solo cantase en una de las tres canciones que hicieron que se me saltaran las lágrimas sin saber bien por qué. Fue en “Por Tu Silencio Lloro”, donde el artista canta tres frases: “Si tengo una guitarra en las manos y es solo pa tocarte a ti / Si tengo una palabra en los labios y es solo para hablarte de ti / Si tengo una guitarra en las manos y es solo pa tocarte a ti”. Al día siguiente, descubriría que esto también es lo único que canta en el álbum “La Guitarra Flamenca de Yerai Cortés”.
Y este último descubrimiento fue el que me explicó el por qué del impacto que me causó esta actuación. No fue por mí. No fue por la puesta en escena. Fue, directamente, porque el dolor que atraviesa la vida del artista acaba filtrándose hacia sus dedos y, desde sus dedos, se filtra en cada nota que toca con su guitarra. Yerai Cortés puede hacerte bailar con sus canciones, claro, pero es que en la mayor parte de composiciones no toca la guitarra: la hace llorar. Y esta sinceridad es rara de encontrar en la música actual. ¿Cómo no iba a enamorarme ciegamente?
Sónar de Noche

También tengo que reconocer que, después del concierto de Yerai Cortés, necesité apartarme a una esquina del festival para descomprimir, tranquilizarme y volver a sentirme con fuerzas suficiente para afrontar lo que quedaba de festival. Porque quedaba mucho festival. Y, sobre todo, quedaba el gran sábado del Sónar de Noche, que es el Sónar que menos sufrirá el cambio de recinto del año que viene porque seguirá celebrándose por completo en la Fira Gran Via.
Ya he comentado que a Nathy Peluso me la perdí el sábado por culpa de Alinka… Así que mis grandes triunfadores del Sónar de Noche fueron Bicep con un show en el que los visuales y el techo de lásers conseguían empujarte hasta la extenuación del baile como sesión de cardio. Pero lo que realmente lo hizo memorable es que el dúo alcanzó la perfección en su especialidad: obligarte a practicar la música como deporte físico en el que, solo con tus puños, debes derribar la pared del bombo para atravesarla y llegar al otro lado, que es donde están ocultas las melodías. Bicep me deshumanizan y me convierten en un martillo hidráulico. Y no puedo agradecérselo más.
Cerca de Bicep andarían otros grandes momentos como un Four Tet que, en su eterna versatilidad, sabe cómo adaptar su sonido a pequeñas y grandes arenas; y que, en el Sónar 2025, consiguió contentar a la masa del escenario principal sin perder su inconfundible esencia. Dixon volvió al festival seis años después de salir laureado de él para repetir triunfo a base de servir de todo para todos: da igual si eres más de techno que de house o viceversa, porque este señor sabe practicar el punto medio de cocción como nadie.

Por su parte, Perel hizo lo que tantos han intentado antes: acercar las guitarras a la electrónica de forma orgánica como una especie de revisión ultra-cool de Soulwax o como una versión de Mura Masa sin caer en la literalidad. Todo ello cantando como una loca tanto sobre sus temas como sobre clásicazos del tamaño del “Eisbär” de Grauzone. Jayda G brilló en la noche del viernes con un set que no puedo definir de otra forma que no sea con dos palabras: alegría y felicidad. No hay más. Su house colorido y optimista puso el arcoíris en el cielo de una noche estrellada que llegó a su cénit con ese himno que es “Both of Us”.
¿Llegamos entonces ya a la hora del cierre? Parece que sí. Y es que el festival suele poner una especial atención a los broches finales de sus noches, así que este Sónar 2025 solo podía hacer dos grandes apuestas para cada una de sus veladas. Barry Can’t Swim puso el punto y final al viernes alejándose de los toques jazz que le dieron a conocer y pisando el acelerador de una electrónica de baile para paladares aficionados a la gozonería más hedonista.
Ahora bien, las verdaderas reinas del cierre del Sónar 2025 fueron una Dee Diggs con el pelo cortísimo y una Ultra Naté con un gigantesco afro que se marcaron un b2b que se recordará pasen los años que pasen. Y no solo por el hecho de que Ultra Naté tenga casi 60 años y estuviera sobre el escenario a las 6 de la mañana con más energía que yo a las 12 del mediodía en cualquier día de la semana. Sino porque, como digo año tras año, el Sónar Pride no existe realmente pero sí que existe en un itinerario de gran fiesta orgullosa que en esta edición contó con estas dos hadas madrinas.
Obviamente, tuvimos versión en directo de “Free”, pero lo que finalmente elevó nuestros corazones hacia el cielo del amanacer del domingo fue una sesión hilvanada a la perfección para erigirse como la celebración del house y del disco que se merecen los que, como yo, saben que el Sónar Pride es lo mejor del Sónar. Un fin de fiesta sublime que me obliga a volver a la polémica del principio para cerrar de la única forma que me pide el corazón: nos vemos el año que viene el Sónar 2026… o no nos vemos en ningún otro festival.
Sinceramente,
Raül De Tena