(Súper) A favor de la segunda temporada de “The Last of Us”

¿Por qué están dejando a caer de un burro a la segunda temporada de “The Last of Us”? Aquí van dos argumentos que llaman a la calma y que se centran en todo lo positivo… Que no es poco.

La segunda temporada de “The Last of Us” acaba de echar el cierre en HBO. Y, obviamente, porque así es como nos comportamos los seres humanos (por lo menos, hasta que se nos lleve por delante una plaga de córdiceps), lo que más ruido está haciendo en redes sociales es una marabunta de voces que se aferran al “la primera temporada era mejor”. Porque ya tú sabes: el hate siempre hace ruido mientras que el amor pasa desapercibido. Aunque sea un amor más grande que el mundo.

Incluso estoy leyendo por ahí un buen puñado de insistentes noticias que se afanan en poner sobre la mesa los porcentajes de caída de espectadores del episodio final de la segunda temporada en comparación al finale de la primera. Como si eso significara algo en estos tiempos que corren en los que la mayor parte de espectadores ven sus series una semana después. O un mes después. O una temporada después. Como si una caída de espectadores fuera la prueba empírica de una caída de calidad.

Pero qué le voy a hacer: soy un optimista nato. Y, precisamente por eso, no he podido evitar dejarme llevar por un sentimiento, por una emoción, por las ganas de, por una vez, intentar que el amor haga más ruido que el hate. Así que me he puesto manos a la obra no solo para afirmar que estoy (súper) a favor de la segunda temporada de “The Last of Us”, sino que también puedo justificar mi obsesión con la serie de Craig Mazin y Neil Druckmann a partir de dos argumentos básicos…

The Last of Us, de Craig Mazin y Neil Druckmann
El flashback que nos rompió el corazón a todos

El primer argumento básico parece de perogrullo, pero hay que soltarlo tal cual: cualquier valoración de la segunda temporada de “The Last of Us” va a ser parcial porque nos encontramos ante la mitad de la historia. Con esto quiero decir que yo soy el primero que, en su momento, me lancé a escribir reseñas completistas del juego “The Last of Us II” y a realizar análisis extensivos de la primera temporada de la serie. Pero que eso, aquí y ahora, se me antoja una tarea totalmente imposible porque siento que nos faltan la mitad de las herramientas para diseccionar todo lo que hemos visto en los siete capítulos recientemente estrenados.

Y, ojo, que eso no quiere decir que me vaya a achantar a la hora de afirmar que esta segunda temporada ha sido, contra lo que muchos opinan, una absoluta maravilla. Porque lo ha sido. De forma diferente a la primera temporada (los propios creadores han declarado una y otra vez que cada temporada será una experiencia completamente distinta), pero ha sido una maravilla. Que tres episodios (el segundo, el sexto y el séptimo) de un total de siete sean simplemente redondos ya habla a las claras de la calidad de la ficción de Mazin y Druckmann.

Han sido siete episodios en los que, de repente, “The Last of Us” ha hecho imposible que siga con mi broma habitual de decirle a todo el mundo que esta no es una serie de zombies / infectados. Porque es que en esta tanda de capítulos hemos tenido barra libre de tensión y mal rollo zombie en todas sus variantes posibles: desde el defecto (en la tienda del primer episodio) hasta el exceso (en el ataque a Jackson) pasando por la ausencias más devastadora, que no es otra que la de las esporas del hospital.

De repente, la serie se ha convertido en una vertiginosa montaña rusa que transporta al espectador por diferentes valles y picos de tensión sin que eso implique sacrificar algo que ya existía en la primera temporada: la capacidad para explicar sin necesidad de subrayar. De nuevo, atrapamos al aire datos del apocalipsis y la vida posterior no porque ningún personaje los exponga, sino porque lo vemos, lo sentimos, lo entendemos cuando los personajes transitan por determinados lugares como, por ejemplo, la tienda de música, la librería o la sala de conciertos de Seattle.

The Last of Us, de Craig Mazin y Neil Druckmann
¿Estás realmente seguro de que Abby es la villana de “The Last of Us”?

Y, sí, yo mismo me descubrí en varios episodios, sobre todo el último, pensando que muchos de los acontecimientos resultaban precipitados e incluso bosquejados… Pero entonces caí en la cuenta de que esta aceleración significa que hay muchas cosas que “The Last of Us” se está guardando para una tercera temporada que nos pondrá dentro de los zapatos de Abby (Kaitlyn Dever). Una tercera entrega que pondrá sobre la mesa todo un conjunto de piezas que ayudarán a que completemos el puzzle de esta segunda temporada y contemplemos por fin la grandiosidad del paisaje en toda su gloriosa panorámica.

La mejor forma de entender esto es precisamente con dos detalles del mencionado último capítulo que han levantado muchas preguntas… ¿Que el naufragio de Ellie (Bella Ramsey) y su encuentro con los Scars parece prescindible? Seguramente será imposible pensar esto cuando, dentro de la trama de Abby, la siguiente temporada desarrolle el motivo por el que los Scars huyen dejando tirada a la protagonista. Y, sobre todo, cuando sepamos mucho más sobre los Scars y por fin aparezca Lev.

¿Que la visita al acuario pasó en un suspiro cuando, en el juego, es uno de los escenarios que más disfruté explorando? Probablemente, esa inmersión en el espacio (que la serie sigue bordando aunque en esta escena no lo haga) se despliegue para el espectador en un capítulo de la tercera temporada centrado en Owen y Mel. Será entonces cuando la historia de estos dos personajes añada una capa de complejidad y otra de tragedia a los actos de Ellie.

Porque esto ya es algo que ocurre en el juego original: al llegar a la mitad, después de haber llevado hasta el extremo la venganza de Ellie obligándote a cuestionar la moral de sus asesinatos, “The Last of Us II” te obliga a jugar como Abby. Y, de repente, lo que juegas con ella tiene un efecto directo sobre lo jugado como Ellie, ya sea para explicarlo o para enturbiarlo más todavía. Así que, chicos, no nos precipitemos en conclusiones apresuradas porque todavía no tenemos una visión total y, más que probablemente, la mitad de la historia que explicará la tercera temporada nos hará cambiar muchas opiniones sobre lo que acabamos de ver.

The Last of Us, de Craig Mazin y Neil Druckmann
El amor en tiempos de zombies

Una vez ya he lanzado el necesario llamamiento a la calma, ahora toca abordar el otro motivo por el que la segunda temporada de “The Last of Us” ha recibido más críticas: el retrato de Ellie. Un retrato que, admitámoslo, ha convertido a la Ellie del juego y la Ellie de la serie en dos personajes divergentes. Pero, contra la actitud tenaz de todos esos que parecen reclamar a Neil Druckmann y Craig Mazin que no se salgan ni un milímetro del patrón original, es necesario preguntarse: ¿es esto algo necesariamente malo? Supongo que cada uno tendrá su respuesta, pero la mía es un NO rotundo.

Hay que reconocer que el juego “The Last of Us II” proponía un mundo, una historia y unos personajes muchísimo más complejos y profundos que la primera parte. Y puede que la primera temporada de la serie fuera capaz de sintetizar perfectamente todo el universo de aquella primera entrega, pero resulta totalmente absurdo pedir a las 7 horas de la segunda temporada que sintetice las más de 40 horas que nos llevó acabar el segundo juego a todos aquellos que somos fans de la exploración pausada y los argumentos que se despliegan lentamente y a base de sutilezas.

Es comprensible, entonces, que la serie tenga que acelerar algunos acontecimientos y cambiar ciertas aproximaciones a las psicologías de sus personajes. Pero eso no cambia el corazón de “The Last of Us”, una ficción que siempre ha ido de la necesidad de definir qué es lo que nos hace humanos justo en el epicentro de un acontecimiento catastrófico que nos empuja a dejar a un lado la humanidad en pos de la supervivencia.

Esto sigue estando presente en esta segunda temporada cuyo segundo episodio ya demuestra que todo gira entorno al amor en todas sus variantes, especialmente la paternofilial entre dos personas que, como Joel (Pedro Pascal) y Ellie, no son padre e hija. Luego llegan otros tipos de amor y, aunque el de Ellie y Dina (Isabela Merced) es el más visible, el que acaba imponiéndose es el amor de comunidad (que es, obviamente, aquello que nos hace más humanos en medio de un Apocalipsis). Lo que ocurre es que cada uno definimos la comunidad de forma muy diferente, y la definición de Ellie en el último episodio es algo que te coge del corazón y te lo rompe en mil pedazos.

Amor y humanismo siempre han estado presentes en “The Last of Us”. Lo que esta segunda temporada añade a la mezcla, de hecho, son otros dos factores emocionales que también estaban en el centro de la segunda entrega de la saga de videojuegos. El primero de ellos es el más evidente en esta tanda de episodios: el duelo. Y aquí voy a hacer un ejercicio de sinapsis extrañísimo, pero me parece particularmente revelador que la emisión de este “season finale” haya coincidido con el estreno en salas de cine de “Los Tortuga” de Belén Funes.

The Last of Us, de Craig Mazin y Neil Druckmann
Este es el rostro de alguien que piensa en venganza

¿Estoy mezclando el tocino con la velocidad? Puede ser. Pero, a ver, en serio: “Los Tortuga” se aleja de todas esas ficciones de personas que, desde el privilegio, se permiten convertir el duelo en el centro de su existencia. Y lo hace con una película en la que dos personajes, madre e hija, lidian con un duelo en los tiempos que la vida real les permite. Porque, cuando te enfrentas a un desahucio y a la precariedad social, no queda tiempo para el duelo de esa pija que se va a la Costa Brava para recordar al padre muerto con cariño pero también con confrontación.

“The Last of Us” no es cine social. No es los Dardenne. No es Belén Funes. Pero hace muy bien esto de hablar del duelo ajustándolo de forma increíblemente verosímil al contexto en el que se desarrolla. Porque ¿cómo lidias con el duelo por alguien asesinado en un entorno apocalíptico en el que la violencia como solución final parece estar más que justificada? De eso va esta segunda temporada en la que Ellie descubre los contornos de su dolor emocional trenzados con los límites morales de la venganza en la que se embarca.

Vuelvo a las críticas que ha recibido un último capítulo en el que el crudísimo asesinato de Owen y Mel se ha cambiado por un homicidio involuntario. Hay que tener en cuenta que esto ocurre después de que Ellie asesine a Nora en el hospital de forma particularmente cruel y de que, a continuación, tenga un momento de apertura emocional desarmante junto a Dina. A diferencia de lo que ocurre en el juego, en la serie, la determinación salvaje de Ellie empieza a resquebrajarse mucho antes y, por lo tanto, es normal que se plante frente a Owen y Mel sin ánimo asesino.

Es un planteamiento del duelo diferente al original. Puede que menos profundo, eso no lo voy a negar. Pero lo que consigue esta variación es abrir el camino hacia lo que será el verdadero leitmotiv de la siguiente temporada: la empatía. Ya lo he dicho más arriba: llegado a este punto del juego, te ves obligado a jugar como Abby. Y eso fuerza que tengas que empatizar con un personaje que, probablemente, odies con ahínco. Pero pronto descubres que la belleza de este segundo “The Last of Us” reside en su exploración de la certeza de que nunca existen buenos y malos, sino personas con diferentes motivos para hacer lo que hacen.

Creo a pies juntillas que muchos de los cambios con respecto al original de esta segunda temporada de “The Last of Us” se encaminan a reforzar una empatía que es más difícil para el formato televisivo que para el formato videojuego. Al fin y al cabo, esa empatía es inevitable cuando juegas como un personaje porque directamente te pones bajo su piel, miras el mundo como él, acabas pensando e incluso sintiendo como él. En la televisión, sin embargo, la distancia es mayor porque lo observas, no lo vives.

Es comprensible, entonces, que la serie fuerce algunas trampas argumentales para alimentar esta empatía en el espectador. ¿Lo acabarán de conseguir en la tercera temporada de “The Last of Us”? Como he dicho en la primera mitad de este artículo, todavía nos falta la mitad de esta ficción para poder emitir una valoración sobre ella. Ahora bien, guiándome por lo que he visto hasta ahora, Craig Mazin y Neil Druckmann tienen toda mi confianza.

Sinceramente,

Raül De Tena

Sobre el autor

Raül De Tena

Al ponerme a escribir esta bio me he dado cuenta de que, así, a lo tonto y como quien no quiere la cosa, llevo más de veinte años escribiendo sobre temas relacionados con la música, la moda, el cine, la literatura, la cultura en general. Siempre he escrito muy sinceramente... Pero, ahora, más todavía.

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