Esto no va sobre lo del Sónar y KKR… Esto va de que necesitamos relajarnos todos

Esto no es una opinión tendenciosa sobre la polémica del Sónar y el fondo KKR… Esto es más bien un llamamiento a que todos nos relajemos un poco, que lo venimos necesitando.

En los últimos dos días, me han llovido mensajes privados en WhatsApp y en redes sociales todos con la misma cuestión: “¿has visto lo del Sónar?”. De hecho, la afluencia de este tipo de mensajes en mis bandejas de entrada ha sido tan bestia que, hoy, cuando cualquier amigo me decía simplemente “tía…”, antes de que siguiera escribiendo ya le contestaba: “sí, he visto lo del Sónar, pero tenemos que relajarnos todos, en serio”.

Supongo que mis amigos y conocidos han decidido freírme a preguntas sobre lo ocurrido por eso de que debo ser el único periodista en sus agendas. Pero no me lo tomo a mal. Ni mucho menos. Por mucho que no sea yo una persona demasiado aficionada a opinar de todos estos temas precisamente porque odio que mi opinión pueda ser malinterpretada como una lección moral de esas que se han convertido en la principal razón de ser de las redes sociales.

Si me animo a escribir finalmente este texto, es precisamente porque creo que, en este caso en concreto, se están desdibujando peligrosamente las líneas fronterizas entre información, opinión, lección moral y linchamiento. Pero, como resulta absurdo seguir hablando de todo ello sin concretar qué ha ocurrido exactamente con el Sónar, se impone empezar precisamente por la información. Porque eso ha sido (presuntamente) el principio de todo.

Sónar

El pasado 13 de mayo, El Salto publicaba un artículo de Pablo Elorduy titulado “El fondo proisraelí KKR se hace con los grandes festivales españoles de música“. Bastaron un par de horas para que el texto en cuestión circulara por redes sociales asociado, sobre todo, a los nombres de los festivales más grandes. Porque poco le gusta más a las redes sociales que echar a rodar la bola de nieve de un buen ataque de pánico social.

El artículo es tremendamente efectivo a la hora de alimentar ese pánico social. Elorduy es tajante a la hora de dejar caer aseveraciones como que KKR “controla eventos como Sónar, Viña Rock o Resurrection Fest (ojo al uso del verbo “controlar”, que pretende subrayar que el fondo KKR controla de forma directa estos festivales). En otro momento del texto, el autor habla de uno de los dueños de KKR, Henry Kravis, para exponer un currículum de atrocidades realmente espantoso. Aunque igual de espantoso resulta que deje caer por ahí, como quien no quiere la cosa, que Kravis es “el nuevo dueño de los macrofestivales que se celebran en España”. Tal cual.

Y es que, si me fuerzo a realizar una lectura objetiva del texto de Pablo Elorduy para sintetizar la información que contiene y dejar de lado cualquier tipo de opinión tendenciosa, lo que obtengo es lo siguiente: KKR (Kohlberg Kravis Roberts) es un fondo de inversión americano que pertenece a empresarios judíos que no han dudado a la hora de alinear sus inversiones privadas y sus negocios públicos del lado del estado genocida de Israel. Y esto es así.

KKR, a su vez, adquirió en enero la plataforma global de entretenimiento en vivo Superstruct Entertainment, que (según me informa internet) ha establecido una red de adquisiciones y asociaciones con más de 80 festivales internacionales. No quiero usar las palabras “posee” o “es dueña” o “controla” porque desconozco el grado de participación económica de esta promotora en eventos como el Sónar o el ViñaRock. Puede que este hubiera sido un buen dato a añadir al artículo en cuestión, pero Elorduy no parece considerarlo relevante.

Así llegamos al meollo de la cuestión: Sónar se introduce en el paraguas de Superstruct y, un tiempo después, KKR adquiere Superstruct (es decir: Sónar no elige activamente entrar en KKR, sino es algo que le viene dado). Lo que yo quiero, ante esta información, no es una lista de las atrocidades de los accionistas de KKR que establezcan grados de separación entre ellos y el misil que llevaba el mensaje escrito “acaben con ellos”. Lo que yo quiero, de hecho, es un artículo de investigación sobre el nivel de participación de unas empresas en las otras.

Porque aquí la gran cuestión es: ¿hasta dónde puede controlar KKR el Sónar, por ejemplo? Si le pregunto a Perplexity sobre cuál es la participación habitual de un fondo en las empresas a él adheridas, su respuesta es que la intervención directa se limita al consejo de administración, para el que pueden proponer, votar y sustituir ejecutivos solo en el caso de que “consideren que no se cumplen los objetivos de rentabilidad y crecimiento”. La IA me especifica, además, que “la gestión suele orientarse más hacia la maximización del valor para los accionistas, priorizando la eficiencia y la rentabilidad sobre otros aspectos, como la cultura corporativa o el largo plazo”.

Mi primera conclusión es que afirmar que KKR “controla” el Sónar es pasar por alto el complejísimo entramado de jerarquías administrativas que el capitalismo impone a este tipo de estructuras en el que una empresa tiene participaciones en otra empresa que tiene participaciones en otra empresa que tiene participaciones en otra empresa. Mi segunda conclusión, entonces, es que el artículo de El Salto está menos interesado en profundizar en la información que en subirse al carro de la polémica para estimular el engagement en redes sociales.

Esta segunda conclusión se ve subrayada por el hecho de que el medio en cuestión tarde cero coma en seguir ordeñando la vaca informativa con nuevas noticias al respecto. Y que incluso se entrega de lleno a la euforia del saltar directamente desde la presunta información objetiva hasta la lección moral con esta tira gráfica de Javitxuela en el que, bajo el escenario de un festival, alguien dice “este festival es la bomba” y le responden “literal”. Todo acompañado del texto “Lo más cool que puedes hacer este verano es no ir a festivales que financian el genocidio y la ocupación de Palestina”.

Así que aquí, llegados a este punto de mal gusto disfrazado de moralismo, tengo que bajarme de la información y empezar a caminar hacia mi más (humilde) opinión.

Sónar

Y mi humilde opinión es, básicamente, que todos necesitamos relajarnos un poco. Porque, al diseccionar el artículo de El Salto, ya ha quedado claro cómo la información pura y dura a veces se distorsiona peligrosamente. Una distorsión que puede venir propiciada por las elecciones tendenciosas del autor, tanto en lo que respecta a tono como a léxico. Pero que, sobre todo, viene propiciada por el hecho de que, en su afición por quedarse con el titular, las redes sociales suelen convertir esa tendenciosidad en puro linchamiento.

Hay quien, estos días, ha tenido el cuajo de preguntarme: “¿eres tan absurda como para no ver Eurovision pero, sin embargo, ir igualmente al Sónar?”. Y, por mucho dolor de cabeza que me provoque esta pregunta, voy a usarla para explicar mi opinión sobre lo que está ocurriendo.

Eurovision es un concurso musical que, al permitir la participación de Israel, le está ofreciendo un beneficio tangible y otro intangible. El tangible es el altavoz para usar su actuación en directo (y todo el músculo promocional que envuelve al festival antes y después de su celebración) para lanzar mensajes políticos que eludan la censura de la organización al ir disfrazados de metáfora. El beneficio intangible es el blanqueamiento que se desprende de la participación de un estado genocida que sigue actuando como si no pasara nada. Esto, sin embargo, es mi opinión. Además del motivo por el que no veo Eurovision. Pero nadie me encontrará en redes sociales acosando, insultando y pidiendo explicaciones a quien decida ver el concurso.

Porque ahí está el meollo de la cuestión: habitar el capitalismo se ha convertido en un asunto complejo desde el punto y hora de que eres capaz de lanzar tu lección moral desde un iPhone después de haber leído un artículo en Google y de haberlo compartido en redes sociales que pertenecen en mayor o menor medida a broligarcas que han decidido cargarse la censura contra ciertas minorías. Un iPhone que por la noche habrás cargado conectado a la red eléctrica (que ahora sabemos que es El Mal) después de haberte comida una pizza congelada con ingredientes que vienen de vete tú a saber dónde. A veces, incluso creo que respirar está contribuyendo al capitalismo de alguna forma u otra.

Así que lo único que puedo decir es que suficientemente jodido resulta habitar el capitalismo como para que nos lo hagamos más jodido los unos a los otros. Como para que nos señalemos en redes totalmente convencidos de que, tal y como nos ha enseñado ese msimo capitalismo, nosotros, los de más abajo, los seres humanos pequeñitos que formamos parte de las clases menos favorecidas, somos los culpables de absolutamente todo. En verdad, al final de todo, sigo creyendo que esta tendencia al linchamiento por la vía de la leccioncita moral tiene mucho que ver con la necesidad del ser humano de sentirse mejor que los demás. Aunque esos demás sean gente que no conoces de nada en redes sociales.

Lo que me devuelve a la pregunta del principio de este apartado: “¿eres tan absurda como para no ver Eurovision pero, sin embargo, ir igualmente al Sónar?”. Pues sí que lo soy. Porque ya he dado más arriba mi opinión sobre Eurovision, así que ahora me toca hacer lo mismo sobre el festival barcelonés. Y mi opinión a este respecto es que la propia historia del Sónar me ha probado que es un evento que siempre ha priorizado la diversidad y la inclusividad (tanto en su programación como en su cultura empresarial), que ha fomentado la escena local y nos ha ayudado a muchos a la hora de mapear la orografía de la música electrónica más aperturista y vanguardista.

Si el día de mañana todo esto cambia, entonces replantearé mis posiciones. Pero, por ahora, ¿estoy buscando una justificación para ir al Sónar 2025 con la conciencia tranquila? Probablemente. Pero es que nadie va a bajarme del burro de que habitar el capitalismo es incompatible con una conciencia totalmente limpia. Y que, siendo todos pobres como ratas, lincharnos los unos a los otros porque nos permitamos rascar un poco de goce en aquellos eventos que nos gustan resulta, cuando menos, rastrero.

Porque, a modo de cierre, repito: todos necesitamos relajarnos y dejar de lado las leccioncitas morales, los juicios de valor, las picotas y los linchamientos sociales (en redes sociales, se entiende). Porque siempre lucharé para que absolutamente todo el mundo tenga la libertad para hacer lo que quiera y lo que le produzca mayor alegría. Pero por lo que no paso es porque nadie venga a decirme lo que yo tengo que hacer lanzándome lecciones morales sin haberse informado antes sobre el problema en cuestión y, sobre todo, sobre cuál es mi postura (moral o no) al respecto.

Dicho de otra forma: no voy a ver Eurovision y sí que voy a ir al Sónar 2025. Pero nunca caeré en el despotismo de decirle a nadie que no vea Eurovision si eso le hace feliz o de obligar a nadie a que vaya al Sónar si eso atenta contra su moral. Porque, si me he animado a dejar todo esto por escrito, es porque lo ocurrido en los últimos días me ha tocado directamente… Pero ya está. Este texto no pretende ser una lección moral, sino una invitación a que cada uno se ocupe de buscar su propia brújula moral y se mantenga lejos de sentenciar las decisiones ajenas. ¿Juzgar? Nunca. ¿Dialogar? Siempre.

Sinceramente,

Raül De Tena

Sobre el autor

Raül De Tena

Al ponerme a escribir esta bio me he dado cuenta de que, así, a lo tonto y como quien no quiere la cosa, llevo más de veinte años escribiendo sobre temas relacionados con la música, la moda, el cine, la literatura, la cultura en general. Siempre he escrito muy sinceramente... Pero, ahora, más todavía.

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